"La radio, revulsivo en la lucha contra la decadencia del diálogo", por Ricardo Haye
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Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona
El diálogo en la radio debe luchar contra la superficialidad del discurso, y apostar por su responsabilidad social
- El autor, profesor e investigador de la universidad pública argentina, defiende que la radio es un medio privilegiado para enriquecer un discurso público cada vez más vacuo, tal vez, interesadamente cada vez más vacuo
- Apusta por programar contenidos que nos provoquen la reflexión, el diálogo con nuestro entorno, que enriquezcan nuestra socialización y nuestro sentido crítico
- Y para ello, Haye, consciente de las dificultades que rodean a esta propuesta de mejora de los contenidos de la radio, establece tres condimentos imprescindibles: "inteligencia, sensibilidad e imaginación"
Raúl Trejo Delarbre es un intelectual mexicano que durante un encuentro académico en la Universidad Nacional Autónoma de su país suelta sin inmutarse: “en nuestra sociedad el diálogo está en decadencia”. La aseveración tiene como receptora a la amplia audiencia que asiste a un Coloquio de “Radio & Cultura”. Muchos de los asistentes, la mayoría, son estudiantes.
La radio tiene una inducable responsabilidad en la construcción de una sociedad más formada y crítica (Fotografía Labskiii, Pexels) |
Uno no sabe cuáles serán las resonancias de la frase en ese recorte etario crecido en medio de un desarrollo tecnológico vertiginoso que nos hace transitar hacia un mundo desmaterializado y virtual donde la generación del átomo deja cada vez más espacio a la del bit.
"Lo que proponemos es investir a los textos de la radio de una profundidad y consistencia que no renuncie a la expresividad y la gracia. Se trata de edificar una poética radiofónica que reivindique la fruición estética y el deleite perceptual y que se sobreponga a la oquedad significante de tantísimos parlamentos insignificantes"
A la muchachada en cuestión le ha tocado vivir en un tiempo en el que la profecía nietchztiana se ha vuelto realidad: ya estamos viviendo en la cultura del fragmento que vislumbraba el filósofo alemán. Abundan los relámpagos textuales; las redes sociales imponen una discursividad de concisión extrema. Los tiempos siempre escasos que tenemos para el divague y la socialización suelen irse por el vertedero de los mensajes telefónicos, que tampoco descuellan por el florilegio.
Recuerdo una frase que acabo de ver estampada en una pared de México: “la semilla rebelde de la juventud está ocupada con su móvil”.
¿Se habrá extinguido definitivamente aquel hábito gregario, tan caro a nuestra tradición latina, de charlas colosales en la mesa de un cafetín?
Carece uno de constatación científica que lo pruebe o lo desmienta. Pero, inquietante, asoma la imposibilidad de recordar cuándo fue la última vez que uno mismo desgranó palabras y se dejó atravesar por las de su interlocutor junto a sendas tasas humeantes.
¿Acaso tendrá razón Trejo?
La sola posibilidad de que su diagnóstico resulte cierto es motivo más que suficiente para que quienes trabajamos, enseñamos o estudiamos la radio extrememos nuestra atención e invirtamos energías en pos de insuflar vitalidad a la práctica conversatoria.
En tiempos lejanos, la radio sustituyó a los fogones en la centralidad hogareña que convocaba a la familia a departir en derredor. Su texto sonoro convocaba tanto como los leños crepitantes. “Ronda nocturna” permitía seguir los sucesos policiales; El “Glostora Tango Club” ponía a discutir a los abuelos acerca de qué cantante ensamblaba mejor en la orquesta de Alfredo De Angelis, “Los Pérez García” terminaban por abrumar con sus peripecias interminables. Y de todo se podía hablar. A cada momento ese bello mueble de madera lustrosa emitía un estímulo que despertaba reflexiones, comentarios, polémica.
"La radio continúa siendo ese medio de formidable penetración popular y tan altas cotas de credibilidad social. Revitalizarla y ponerla al servicio del desarrollo a escala individual y comunitaria, hacer que sirva para que retrocedan nuestras zonas de ignorancia y para que en nosotros florezcan apetitos superiores, resulta tan imprescindible como recuperar la dinámica del diálogo social, en caso de que alguien logre confirmar su presunta declinación"
La radio no se calló nunca desde entonces. Pero su escucha se individualizó después de que los ingenieros japoneses inventaran los transistores y facilitaran la miniaturización y abaratamiento en los costos de los aparatos receptores. Cada miembro de la familia pasó a tener su propia radio y la audiencia grupal dejó paso a la escucha aislada. Aunque ahora sea irremediablemente tarde para volver a escuchar en compañía, no deberíamos transigir en la exploración de construcciones sonoras que devengan en generadores discursivo/dialécticos.
Lo que proponemos es investir a los textos de la radio de una profundidad y consistencia que no renuncie a la expresividad y la gracia. Se trata de edificar una poética radiofónica que reivindique la fruición estética y el deleite perceptual y que se sobreponga a la oquedad significante de tantísimos parlamentos insignificantes.
Es preciso recuperar la figura de enunciadores “con tesis”, con ideas, que le den a sus oyentes en qué pensar y que los pongan en diálogo con su familia, el vecino, la compañera de trabajo. Que induzcan el debate, que propongan la puesta en común, que no retrocedan ante el desafío de cultivar sentido (s) y de forjar valores.
Nada de esto es posible sin inteligencia, sensibilidad e imaginación. Esas son las destrezas que deben reunir los realizadores de una radio “de autor”.
Hoy, cuando tanto se especula sobre el definitivo deceso de esa figura, no está mal reivindicarla desde un medio que acostumbró a sus escuchas a prácticas de repentización e improvisación constantes.
El reclamo de “que vuelvan las ideas” debe ir acompañado de la exigencia de recuperar una conciencia acerca del valor del trabajo de pre-producción (y también de post-producción, allí cuando corresponda).
Las consecuencias inevitables (y deseables) de esta transformación serán de dos tipos. Por un lado, el ensanchamiento de las agendas del medio, a cuyo torrente discursivo hay cantidades ingentes de temas que no ingresan; y, por otro, la diversificación estilística de unas programaciones que se encuentran tan cómodas como inexpresivamente ancladas a la fórmula exasperantemente reiterada de los magazines o radio – revistas.
El profesor Ricardo Haye durante una conferencia (Fotografía 'NarrativaRadial.com) |
En un continente que la pluma luminosa de Antonio Pasquali caracterizó como “la ciudadela de la libre empresa” y que, por consiguiente, padece de una radiodifusión excesivamente comercial y caótica, tenemos que poner en discusión la regla que preside la conducta de los propietarios: “obtener la máxima utilidad con el mínimo esfuerzo”. Pero, al mismo tiempo, es imprescindible confrontar la actitud de muchos trabajadores que se han entregado a conductas de patética “pereza intelectual”.
En su formato tradicional y desde los nuevos dispositivos telefónicos e informáticos que ahora nos la acercan, la radio continúa siendo ese medio de formidable penetración popular y tan altas cotas de credibilidad social (en algunos casos más justificados que en otros). Revitalizarla y ponerla al servicio del desarrollo a escala individual y comunitaria, hacer que sirva para que retrocedan nuestras zonas de ignorancia y para que en nosotros florezcan apetitos superiores, resulta tan imprescindible como recuperar la dinámica del diálogo social, en caso de que alguien logre confirmar su presunta declinación.
Sobre el autor
Ricardo Haye es docente-investigador de la Universidad Nacional del Comahue (Argentina). Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor de varios libros sobre radio. Publicó artículos en periódicos y revistas de Argentina, Ecuador, Venezuela, España, Brasil y México. Fue el primer Coordinador del Nodo Tecnológico Audiovisual “Ríos & Bardas”. Es miembro del Comité Académico de la Bienal Internacional de Radio de México.