Los poderes de la radio frente a la obsesión digital
- A menudo pienso si no nos hemos precipitado al asumir que nuestra vida, ahora, circula obligatoriamente por dos ámbitos paralelos que algunos intentan enfrentar: el real y el digital
- Es muy fácil pastorearnos para hacernos creer que ahora lo cool es lo digital, y todo lo que se mueve en este nuevo ecosistema debe convertirse en nuestro entorno natural, desdeñando, por arcaicos, los modelos anteriores
- Abrazar lo digital como el nuevo tótem de la sociedad moderna del siglo XXI nos está alejando de un modelo de vida que, sin ser perfecto, nos enriquecía como personas, y nos aportaba
- En este contexto, la radio, el medio que se ha demostrado más resiliente, se encuentra en un proceso de adaptación y, al mismo tiempo, de posible despersonalización que la está empobreciendo
- "La radio puesta", de Javier Montes, me ha provocado un proceso reflexivo en torno a la radio, que quiero compartir con mis lectores
La radio forma parte de nuestras vidas (Fotografía Pexels) |
“Invisible, inmaterial y omnipresente, la radio es el fantasma doméstico que invocamos a voluntad y se nos aparece a diario para operar sobre nuestra imaginación. Estamos a nuestras cosas, resolviendo recados, limpiando la casa, conduciendo al trabajo atendiendo la barra de un bar, y de repente nos descubrimos escuchando” (Javier Montes)
Esa radio ‘bajo demanda’, alejada del deseo de conocer
nuevas realidades, ajenas a nuestro gusto personal, también sobrelleva un
precio. “Esa libertad absoluta conlleva, como todas, un yugo igualmente
absoluto, en virtud de las leyes y vasos comunicantes que rigen el mecanismo
del deseo y la satisfacción: la obligación inexorable de saber lo que queremos
y la ansiedad de la elección”, concluye. ¿Por qué esa necesidad -se
pregunta el autor- de saber en todo momento lo que queremos o lo que nos
conviene? “El placer se desplaza oscuramente del disfrute de lo elegido a la
satisfacción narcisista con nuestra infalibilidad al elegir”, reflexiona
Montes.
Cuenta Montes en su bello ensayo, que irradia amor por el
medio, que un día un amigo suyo, que solo consume pódcast, y desdeña la radio,
como la mayoría de jóvenes, le recomendó una abultada lista de títulos con sus
mejores referencias. “En tiempos de oferta infinita de contenidos a medida,
renunciar a esa variedad inabarcable le parecía arcaico y rudimentario, como
cerrarse a los beneficios de la odontología moderna o el GPS”. Montes
reconoce en “La radio puesta” que escuchó algunos de los títulos
recomendados pero, después de aquella experiencia (“son excelentes, sin duda”),
regresó a su rutina vital (“he vuelto a la costumbre de contentarme con
poner la radio”).
No pretende Javier Montes, no parece ser esta su intención, criticar el pódcast, sino defender una respetuosa decisión sobre su consumo, frente al
que le ofrece la radio. Su radio. La que él elige, aunque al final sea la radio
la que elige el contenido por él. Ante esa 'oferta infinita', que cita, él reivindica, como comparto, que queda mucho por escuchar en la radio... Es, simplemente, una elección. Pero, en este caso, argumentada en un ensayo, publicado por la editorial Anagrama.
"¿Todavía escuchas la radio?"
El escritor cita datos de la ONU que hablan, y muy bien, de la radio. En 2022 publicaba que la radio “era el medio de comunicación más extendido del planeta, capaz de llegar a cinco mil millones de personas, y con tres mil millones de oyentes habituales (sin contar con los oyentes de radio digital). La idea de su declive -contempla- no se corresponde con la realidad”.
Esa radio ‘bajo demanda’, alejada del deseo de conocer nuevas realidades, ajenas a nuestro gusto personal, también sobrelleva un precio. “Esa libertad absoluta conlleva, como todas, un yugo igualmente absoluto, en virtud de las leyes y vasos comunicantes que rigen el mecanismo del deseo y la satisfacción: la obligación inexorable de saber lo que queremos y la ansiedad de la elección. El placer se desplaza oscuramente del disfrute de lo elegido a la satisfacción narcisista con nuestra infalibilidad al elegir", reflexiona Montes
También Javier Montes se hace eco del estudio “Radio’s
Roadmap to Gen Z Listenership” (2020) de Edison Research, “el 84% de
los millennials y el 55% de los miembros de la Generación Z (...)
estadounidenses sintonizaban habitualmente emisoras trasicionales usando
aparatos analógicos o digitales, asegurando el relevo generacional y
contrariando la idea asumida pero falsa de una audiencia envejecida y que no se
renueva”, afirma. Los datos de Edison se refieren al mercado
estadounidense. Ya me gustaría poder decir lo mismo de la situación en España,
donde el Estudio General de Medios, el estudio de referencia, no dice lo mismo.
Hay
excepciones y no está todo perdido, como escribí en su día, pero la situación
es preocupante. El entusiasmo de Javier Montes, no obstante, es contagioso.
Pero con el entusiasmo no es suficiente.
En realidad, este ensayo que nos regala Javier Montes, “La
radio puesta”, es la respuesta más textual al consejo de su amigo, el que
desdeñaba la radio, por creerla antigua y amortizada, arcaica, superada por el
nuevo ecosistema digital. “Invisible, inmaterial y omnipresente, la radio es
el fantasma doméstico que invocamos a voluntad y se nos aparece a diario para
operar sobre nuestra imaginación”, escribe. Y añade, más adelante: “Estamos
a nuestras cosas, resolviendo recados, limpiando la casa, conduciendo al
trabajo atendiendo la barra de un bar, y de repente nos descubrimos escuchando”.
Y lo curioso, también, es que aquello que ha logrado atrapar ese bien tan
escaso, que es nuestra atención, ha pasado desapercibido, o no, para el resto
de oyentes simultáneos. El resorte, el “chispazo que decía (André) Breton”,
es una incógnita que se resuelve en el cerebro de cada oyente.
En su ensayo, Montes confiesa que durante años ha estado
apuntando “muchas cosas oídas en la radio”, algunas de las cuales las
comparte con los lectores. Dice ‘oídas’, cuando en realidad debería apuntar “escuchadas”,
pues tiene consciencia de haberlas escuchado, y retenido. En este sentido, “el
momento revelador (de la radio) se apoya en incontables horas ‘desperdiciadas’
con la radio puesta como ruido de fondo, en millones de horas ociosas formuladas
y olvidadas hasta formar un mantillo propicio para la germinación”.
“Soledad, atención, compañía”
Javier Montes ahonda en el concepto ‘compañía’ que ejerce
también la radio. De hecho, es el que más ejerce. “La radio acompaña”,
defiende. Y compara: “Como acompaña el fuego de una chimenea, como el ruido
de la lluvia en el tejado o del río frente a la casa (...). Radio,
fuego, río, lluvia: esas cuatro cosas tienen en común que no necesitan nuestra
atención: suenan, arden, fluyen solas. Sabemos que podemos (...) desengancharnos
y reengancharnos a ellas a voluntad”. Esta es la realidad que nos rodea con
la radio, salvo que, en un determinado e imprevisible momento, la radio pase,
en milésimas de segundo, de acompañarnos a informarnos o entretenernos. Pero,
hasta que llega este momento -si llega- la radio es, mayoritariamente,
compañía.
Portada del libro que ha provocado esta reflexión |
Entonces, ¿para qué, o por qué necesitamos tener la radio
encendida, sin escucharla? Porque, al final, sin la aquiescencia de las marcas
comerciales que se dejan sus recursos en la publicidad que contratan, la radio
es un instrumento terapéutico para luchar contra la soledad. “Poner la radio
para sentirnos acompañados es un gesto intuitivo que lleva a pensar en la
manera en que se relacionan la sensación de soledad y la capacidad de atención
y concentración”, explica. Y Montes recurre a las investigaciones, en el
campo neurológico localizado en los nuevos entornos digitales, de Linda
Stone (Apple, Microsoft) que acuñó en 1998 el término “atención parcial
continua”, para referirse “al estado cognitivo complejo que pueden inducir
los estímulos constantes de varias fuentes del entorno digital”. Montes
aclara que este concepto es diferente al conocido como ‘multitarea’, porque en el
acuñado por Stone “nos mueve el deseo de no perdernos nada (...). Es un
comportamiento orientado a la disponibilidad cognitiva permanente, que exige la
plena conciencia simultánea de acciones complejas y provoca un estado
autoinducido de alerta ininterrumpida: nos esforzamos por atender una actividad
prioritaria sin dejar de atender a otras periféricas para estar seguros de
darles respuesta adecuada e inmediata, trasladando de unas a otras nuestra plena
atención”, expone.
Al margen de las explicaciones científicas de nuestra capacidad neuronal, en la que invito a profundizar en el ensayo de Javier Montes, el escritor recurre a citas constantes de autores que se han ocupado de la radio en diferentes momentos de su vida, siempre con interés y preocupación. Sin duda, uno de los testimonios más intensos en su relación con la radio, es el de Ana Frank quien, a través de su reconocido y emocionante diario, cuenta su relación con ella. “Resulta muy reveladora la ansiedad y la delicia con la que ocho personajes enterrados en vida en su escondite se reúnen todas las noches alrededor de la radio”, adelanta Montes. Y la propia Ana Frank, citada, cuenta: “Ponemos la radio alemana para escuchar buena música y la BBC para mantener la esperanza”. Nos es difícil, para quien no ha vivido una guerra, entender la intensidad de la relación que se establece con la radio, y lo que esta llega a representar para quien la escucha en circunstancias difíciles, privados de libertad, atemorizados y escondidos. La radio-esperanza. La radio-libertad.
Javier Montes (Fotografía Ohlanda.com.ar) |
La radio y el paso del tiempo
“La radio reloj” es el último capítulo de este ensayo.
La vinculación esencial de la radio con el tiempo. O, mejor dicho, con la
evolución del tiempo. En paralelo. Montes cita al profesor británico Andrew
Crisell, cuando afirma que la radio es “el relato de lo que está pasando,
más que el registro de lo que ya ha pasado”. Coincido absolutamente, y sin
reservas, con la opinión que defiende Crisell, pero me temo que la radio en
España no cumple con su propia esencia. Los programas de la mañana (cuando
pasan las cosas) de antaño se configuraban alrededor de decenas de unidades
móviles con redactores y técnicos que ejercían de notarios de la actualidad.
Hoy, la radio es una suma de pódcast, uno tras otro, en esencia. “La radio
siempre está sucediendo y no está en ningún lado, al contrario que una
grabación”, escribe Montes. Y añade: “La radio revela la sustancia del
tiempo”. También la radio puede engañarnos. Y nunca percibiremos el engaño
cuando escuchamos una grabación en lugar de un directo. Mi admirada Pepa
Fernández no quiere contenidos grabados en su programa del fin de semana en
RNE. No graba, por decisión propia, nada. Salvo que las circunstancias le
obliguen a recurrir a esta técnica. Pero no se siente a gusto. Tal vez porque
sabe que, de alguna manera, la acción de grabar comporta una desviación del
contrato con el ‘escuchante’ de ofrecerle siempre ‘producto fresco’.
Montes ama la radio, y he aquí una conexión sólida que me une con él. En el fondo ha reforzado mi idea de que la radio es mucho más que el canal y mucho más que la técnica. Incluso es mucho más que los contenidos, a los que, la mayor parte del tiempo, no se presta atención. Recuerdo, cuando me preguntaron en una ocasión en qué consistía trabajar en la radio, que respondí: “trabajar la mayor parte de tu tiempo para que no te escuchen. Y su mayor reto consiste en perseguir ‘el chispazo’ y conquistar la atención del oyente”
Termina Montes hablando del los ‘podfaster’, los oyentes de
pódcast que modifican la velocidad de reproducción del audio, la duplican o
triplican, para escucharlos en menor tiempo. En realidad, están ‘manipulando el
tiempo’ a voluntad y, como apunta Montes, “es una ansiedad voraz que resulta
inquietante”. Es interesante el punto de vista del autor de este “La
radio puesta” cuando, sobre este asunto de desquiciado nerviosismo,
escribe: “Me pregunto si los ‘podfasters’, queriendo ampliar su tiempo, no
acaban acortándolo. Queriendo oírlo todo, acaban no escuchando nada. El
equivalente diabólico sería vivir nuestra vida entera a cámara rápida para que
nos cupiese más vida”.
Me ha gustado el trabajo de Javier Montes, a quien, en 2010,
la revista ‘Granta’ le incluyó en su
selección de “los mejores narradores jóvenes en español”. Este “La
radio puesta” ha sido un regalo, así lo considero. Aunque no coincido con
él en todo lo que defiende, ni cómo lo defiende, sí comparto su espíritu de
reivindicación del medio y la grandeza de su aportación en nuestras vidas. Me
ha atrapado su universo personal en torno a la -su- radio y su visión del
ejercicio de la escucha diaria, desde una posición militante que comparte con
el lector/oyente, intuyendo que, quien se acerca a este breve texto, comparte
con él su regusto por acercarse al medio más provocativo de todos cuantos
existen, sean presuntamente vetustos (y analógicos) o intrépidamente cools
(digitales).
Montes ama la radio, y he aquí una conexión sólida que me
une con él. Agradezco todos los libros que se publican sobre el medio y doy
buena cuenta de ellos en esta web. Pero este, especialmente, seguro que, por su
condición de ensayo, abundaba en aspectos relativos a su esencia que me ha
gustado revisitar y sobre los que me ha hecho reflexionar. En el fondo, Montes,
ha reforzado mi idea de que la radio es mucho más que el canal y mucho más que
la técnica. Incluso es mucho más que los contenidos, a los que, la mayor parte
del tiempo, no se presta atención. Recuerdo, cuando me preguntaron en una ocasión, en
qué consistía trabajar en la radio, que respondí: “trabajar la mayor parte
de tu tiempo para que no te escuchen. Y su mayor reto consiste en perseguir ‘el
chispazo’ y conquistar la atención del oyente”. Quiero pensar que yo superé
el reto. Pero, si no, me reconforta saber que hice mucha compañía, a
quien, seguramente, la agradeció siempre. Gracias Javier.
-Más información sobre el libro 'La radio puesta' en Anagrama
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