Juan Cruz: "Gracias a la radio confieso que he vivido"
- El escritor y periodista tinerfeño (Puerto de la Cruz, 1948) fue el encargado de abrir con esta conferencia, en el inspirador marco de los Jameos del Agua, creados con tierra y rocas volcánicas por César Manrique, el escultor fetiche de la isla de Lanzarote, el evento anual que reunía a las radios autonómicas que pertenecen a FORTA. Fue el pasado 25 de abril
- Mis lectores pueden disfrutarlo, gracias a la generosidad del propio Juan Cruz, que no dudó un segundo en compartirlo públicamente a través de esta humilde web, tal es su amor incondicional por la radio, como se desprende fácilmente de la lectura de sus pensamientos y reflexiones expuestas a continuación
Juan Cruz durante su intervención en el III Foro Forta de Lanzarote (Reportaje fotográfico Daniel Cabecera García) |
"A mi me ha hecho persona, es decir, ser oyente, la radio, y en mi casa, en la de la infancia, en la de la adolescencia y en las de las sucesivas, sensación que trae la madurez, la radio ha sido mi compañera y mi hermana, o mi hermano, pues la radio tiene los dos sexos, distintas procedencias que conjugan con una: el sonido universal de la radio. En un tiempo la radio era un secreto, y su existencia era un milagro: gracias a ella no sólo conocí los cuentos y las voces, sino que yo mismo me fabriqué la geografía del mundo, los nombres propios que pasaron a formar parte de mi historia y de mi vida, y ya no sólo veía en el cielo el milagro de los niños que iban y venían, sino que todo lo que sucedía me pertenecía, lo controlaba yo como se controla en la literatura y en los cuentos que se cuentan el reflujo de personajes que uno se inventa, que no existieron nunca pero que alguna vez vuelven a existir como más reales aun que aquellos que nosotros hemos visto de carne y hueso"
La otra
felicidad tangible, en este caso audible, fue la radio. La radio cambió la vida
de todos nosotros, los que éramos niños a principios de los años cincuenta del
siglo pasado. Ahora tú le das a la tecla de escuchar las emisoras y sientes que
eso nació con el primer nacimiento de la humanidad, que siempre estuvo con
nosotros la radio, y que sus efectos, culturales, sociales, musicales,
publicitarios, alegres o desastrosos, pues por esas ondas ha venido de todo,
estaban aquí antes de que los hombres respiraran, y claro que no es cierto. La
radio es una ilusión que tuvo, hace más de cien años, aunque parezcan miles, su
propio nacimiento, que además se celebra puntualmente, en todo el mundo, y
también, como es visible, entre nosotros. Pero para nosotros, en casa, la radio
en realidad tuvo dos nacimientos. Mi padre, que como mi madre decía era “un
armado en el aire”, se empecinó con el dichoso aparato, y antes de que hubiera
otro en el barrio, porque él se consideraba un pionero, casi entró en casa el
primer aparato que hubo en el barrio. La cosa fue como sigo. Con el sigilo con
que hacía las baladronadas (eso decía ella sobre lo que hacía él a sus
espaldas) él encargo un aparato enorme, que llegó a casa embutido en un
artilugio muy sofisticado de envoltorios del que supuestamente se iba a extraer
el dichoso (dichoso era una manera de insultar aquello que no le gustara a mi
madre) aparato.
Cuando en
esa ocasión la radio se aproximó a mi casa, mi madre estaba allí, en la puerta,
sospechando. Llego el camión con el invento, los hombres bajaron éste de su
centro vital, lo hicieron con esfuerzo, el sudor caliente de los operarios,
hasta que mi madre mandó a parar. Qué es eso que ustedes traen ahí, preguntó
ella, y mi padre, azorado, se dedicó a darle vueltas al cigarro hasta que los
hombres describieron lo que llevaban en ese ataud de papel. Cuando le
describieron la naturaleza de su carga, mi madre se santiguó como para
ahuyentar malos agüeros y les ordenó que, de inmediato, se llevaran de casa
aquel artilugio, esto dijo, del demonio. Mi padre arrojó el cigarro al suelo,
los hombres palidecieron, ella se metió pa dentro, como decía ella misma, para
decir que se había ido, se metió pa dentro, digo, y cerró la puerta (eso decía
también, era muy de esas palabras) a piedra y barro.
Mi padre
miró compungido a los hombres, éstos remetieron el encargo en su furgón triste,
y sacudieron en forma inversa el polvo del camino, que entonces era abundante,
como todas las indelicadezas que tenía vivir tan lejos y tan alejados. Pero mi
padre tenía el argumento del futuro para reivindicar la necesidad de su
hallazgo, así que esperó días y días, y noches sin radio, que entonces se
llamaba arradio, hasta que observó que una mañana, pues fue una mañana de
entonces, las que duraban hasta el mediodía, en que mi madre no estuviera en
casa… Entonces salían de casa pero de relance, siempre estaban atadas a la
silla, a la cocina y a la máquina de coser, que era el sonido más melodioso
entre los sonidos de entonces, que incluían el hermoso y fantasmal ruido de las
piedras del barranco arrastradas por el enorme y peligroso vahído de las
torrenteras. Así que mi madre se había ido de casa, a comprar a las ventas de
la ciudad chiquita que era entonces el Puerto de la Cruz, y ese fue el instante
desvarado que encontró mi padre para decirles a los operarios que ya estaba
despejado el campo de minas que, cuando estaba mi madre, era la casa.
Así que allí volvieron los hombres, trayendo su sudor de algún otro encargo similar, entraron sin sigilo adonde le dijera mi padre, y dejaron ya todo listo para ser oído en la parte noble de la casa, el único suelo que era como de ricos, tan suave como el lomo de Platero. Mi padre, por decirlo con palabras que eran de mi madre, se remiró en el dichoso aparato (dichoso, en este caso, porque traería dicha a la casa, eso es así, mucha dicha) y esperó a que le cayera un chaparrón en cuanto mi madre traspusiera el quicio de la puerta.
Supuse que mi padre, con el que yo estaba, esperando este advenimiento, estaría chijado de miedo, como se decía antes, pero lo disimulaba. Su sorpresa, y la nuestra, la de los hijos, fue extraordinaria, porque por alguna razón que la historia no cuenta ella debió de darse cuenta de que a la casa había entrado una forma del progreso y no era cuestión de ponerle puertas al campo. Ni preguntó que era aquello, sino que le pidió a Paco, su marido, que le aclarara la voz al aparato, que lo pusiera en marcha, a ver qué había ahí dentro. En un principio hasta mi madre, y mi padre, por supuesto, miraban detrás del aparato para ver si allí había hombres (sobre todo hombres, había pocas mujeres en las ondas) de verdad, que estuvieran esperando que uno los sintonizara para hacer uso de las alegrías del nuevo artilugio.
Juan Cruz en el auditorio de los Jameos del Agua, en Lanzarote, durante su conferencia inaugural del III Foro FORTA de radios |
"Me lo creo todo, me lo sigo creyendo todo, y me creo la radio, su imaginación y su verbo, y me creo la literatura, y no porque sea verdad o mentira o resulte convincente y aparezca en los periódicos o en la radio, sino porque hay una fuerza, magnífica y sobrenatural, que nació cuando mi madre me empezó a contar todos los cuentos y ella fue, antes que la radio, mi mejor cuentacuentos"
“Esa es la
voz del demonio”, dijeron algunos vecinos, pero no faltó tiempo para que otros,
que además se detenían en la calle a escuchar las voces de nuestra radio,
consideraran que había nacido una nueva manera de vivir: vivir oyendo. Pero no
era la voz del demonio, en ese momento, y desde ese momento hasta hoy mismo, es
La Voz, en un tiempo fue, además, La Voz del Valle, una emisora que fundó el
cura José Siverio y que servía, también, para recoger el dinero que hacía falta
para beneficiar a los pobres, y luego fue Radio Juventud de Canarias, que yo
ponía para escuchar lo que dijera mi amigo de siempre, Fernando Delgado, el
hombre que hizo de Radio Nacional una cultura y de Manolito Gafotas un
personaje que puso a Elvira Lindo y a la radio, en este caso la SER, en boca de
todo el mundo. Pues eso hace la radio, poner la vida en la boca de todo el
mundo. Hubo las radios de la tarde y de la mañana, y a todas acudí yo, desde
aquella primera adolescencia hasta este mismo instante, cuando le estoy
hablando a ustedes y mientras me ducho, y cuando desayuno, y cuando voy en el
taxi, y cuando me siento solo, y también cuando voy acompañado.
A mi me ha
hecho persona, es decir, ser oyente, la radio, y en mi casa, en la de la
infancia, en la de la adolescencia y en las de las sucesivas sensación que trae
la madurez, la radio ha sido mi compañera y mi hermana, o mi hermano, pues la
radio tiene los dos sexos, distintas procedencias que conjugan con una: el
sonido universal de la radio. En un tiempo la radio era un secreto, y su
existencia era un milagro: gracias a ella no sólo conocí los cuentos y las
voces, sino que yo mismo me fabriqué la geografía del mundo, los nombres
propios que pasaron a formar parte de mi historia y de mi vida, y ya no sólo
veía en el cielo el milagro de los niños que iban y venían, sino que todo lo
que sucedía me pertenecía, lo controlaba yo como se controla en la literatura y
en los cuentos que se cuentan el reflujo de personajes que uno se inventa, que
no existieron nunca pero que alguna vez vuelven a existir como más reales aun
que aquellos que nosotros hemos visto de carne y hueso.
Esa fue la atmósfera que me concedió la radio, con ella vivo y con ella he seguido viviendo toda mi vida. Ahora que recuerdo aquella vieja radio que me hizo, gracias a mi madre, que venció las reticencias de mi madre, gracias a mi madre que por fin la amó, sé qué colores tenía la radio, de qué manera tenue se iba abriendo y cerrando la luz que la dominaba, hasta dónde llegaban las fuerzas de su poderosa garganta, que me traía noticias, verdades, fantasías y una compañía ilimitada que sigue en mi memoria como el mejor momento de la infancia. Y, ahora, como un momento decisivo de mi vida.
Juan Cruz invitado en "El Faro" de la SER, en la sección de "El Gatopardo", que presenta y dirige Mara Torres (Fotografía CadenaSER.com) |
"Aquella radio que llegó para quedarse en casa, y para siempre, fue para mí el abrazo que las ondas trajeron consigo, una enseñanza que no cesa, gracias a la cual la felicidad fue teniendo distintos tonos y la desgracia, cuando ocurrió, halló su consuelo, pues la radio jamás te deja solo"
Me lo creo
todo, me lo sigo creyendo todo, y me creo la radio, su imaginación y su verbo,
y me creo la literatura, y no porque sea verdad o mentira o resulte convincente
y aparezca en los periódicos o en la radio, sino porque hay una fuerza,
magnífica y sobrenatural, que nació cuando mi madre me empezó a contar todos
los cuentos y ella fue, antes que la radio, mi mejor cuentacuentos.
La radio y
la lectura, los libros, para mi la radio fue también los libros. Leía con ellos
y leía con la radio, como si fuera un espíritu doble que era capaz de mantener
en vilo los sentidos de ver, de leer, y de escuchar a la vez. Leía escuchando.
Hace años descubrí un libro de Albert Camus, "El revés y el derecho", que me
sobresaltó. Lo leí, subrayando, junto a aquel enorme aparato de radio que
durante años marcó el nacimiento a la vida de las palabras. Fue como si de
pronto hallara allí, en lo que escribía aquel argelino que finalmente sería
argelino de París, la descripción de mi propio barrio, el lugar en el que
estaba leyendo y oyendo y escribiendo a la vez. Esto decía, como si fuera sobre
mi propio barrio, donde nací: “En mi caso”, decía el autor de "El extranjero", “sé
que mi fuente está (…) en este mundo de pobreza y de luz en el que he vivido
tanto tiempo y cuyo recuerdo todavía me preserva de los dos peligros contrarios
que amenazan a todo artista: el resentimiento y la satisfacción. Ante todo,
jamás la pobreza ha constituido una desdicha para mi, porque la luz derramó sus
riquezas sobre ella. (…) Para corregir una indiferencia natural, me encontré
equidistante de la miseria y del sol. La miseria me impidió creer que está bien
bajo el sol, y en la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo.
(…) En cualquier caso, el espléndido calor que reinó sobre mi infancia me ha
privado de todo resentimiento”.
Aquella radio que llegó para quedarse en casa, y para siempre, fue para mí el abrazo que las ondas trajeron consigo, una enseñanza que no cesa, gracias a la cual la felicidad fue teniendo distintos tonos y la desgracia, cuando ocurrió, halló su consuelo, pues la radio jamás te deja solo.
Juan Cruz Ruiz
Lanzarote 25 de abril de 2024
Texto leído en el III Foro FORTA de radio de Lanzarote, celebrado en los Jameos del Agua de la isla de Lanzarote, y publicado en esta web por generosidad de su autor