"Ciudadano Polanco", la voz del empresario en primer plano
- Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno socialista, trató de impedir que Polanco se hiciera con las acciones de la SER
Jesús Polanco en la portada del libro publicado firmado por Juan Cruz |
“El profesionalismo puro del periodista es perfectamente entendible. El problema surge cuando el ego del periodista se mezcla con sus atributos de profesional (…). La capacidad de orientar bien esos egos es lo que da sustancia buena a un periódico”, concluye Polanco una de sus reflexiones. Precisamente, habla una persona que hizo de la discreción una de sus cualidades más destacadas. Juan Cruz no oculta que Jesús Polanco tenía carácter, e incluso, desde la superficialidad en el contacto, podía resultar hosco. Pero la descripción no responde del todo a la realidad. A Jesús Polanco se le retrata en estas poco más de cuatrocientas páginas como una persona íntegra, de exquisita educación y trato personal, con una memoria prodigiosa, atento siempre a los detalles, henchido de sentido común, que orientó su actuación y con un casi obsesivo concepto en torno a la lealtad, que siempre exigió a su entorno, y él era el primero en ofrecer.
“El día que me nombró consejero delegado de la SER me dijo: ‘La radio tiene muchos asociados. Yo siempre me he portado muy bien con los socios. Con los asociados tienes que portarte bien porque tú eres el presidente de todos, no eres el presidente de una parte de PRISA, eres el presidente de la SER" (Augusto Delkáder)
Mi interés por el libro estaba claramente enfocado en la radio, en la Sociedad Española de Radiodifusión, con la que se hizo Prisa a mediados de la década de los ochenta. Evidentemente, la historia de la radio está presente en estas páginas, pero no con el detalle que hubiera deseado encontrar. El protagonismo, como no podía ser de otra forma, está centrado en Santillana y en El País, aunque, como otros directivos del periódico que se fueron trasladando a Gran Vía desde Miguel Yuste, terminaron por ser abducidos por la radio, y su enorme poder y capacidad de influencia social. Así le ocurrió al primer directivo de confianza de Jesús Polanco al que Juan Luis Cebrián le encomendó la traslación de los valores de PRISA a la nueva SER. Su nombre, Augusto Delkáder. “A mí, desde el primer momento, me pareció uno de los tipos más listos que se mueven por la geografía y en la profesión periodística. Es más listo que el hambre, y muy inteligente”, le describe Polanco.
Cuando PRISA toma la mayoría de la SER, Polanco y Cebrián le
ofrecen la dirección de informativos a Iñaki Gabilondo, que regresaba de ejercer el mismo cometido en TVE, después del 23-F, día en que se estrenó en
antena. Pero el donostiarra declina la oferta. Prefiere hacer periodismo en los
locutorios antes que en los despachos. “Hablamos con alguno más para el
puesto de director de informativos, al que le dábamos mucha importancia Cebrián
y yo, hasta que convinimos que debía asumirlo Delkáder”. Nadie dudó en la
SER de principios de los noventa que Delkáder era el hombre de PRISA en Gran
Vía 32, pese a que el director general que impuso Polanco fue Eugenio Galdón,
que sucedía a otro Eugenio, apellidado Fontán. El último cometido
de Galdón había sido la dirección general de Cope, curiosamente. “La Cope de
entonces era otra cosa distinta a la de hoy, y Galdón era un excelente profesional
-le explica Polanco a Juan Cruz-. Otra cuestión es que tenga sus propias
ambiciones”. Delkáder sucedió pronto a Galdón, una vez que este cumplió con
su función de chequear, sanear y limpiar la SER de Fontán.
Recuerda las concesiones que tuvo Radio El País: Madrid, Soria, Valladolid, Ciudad Real y Valencia. Pero solo Madrid emitió. “Nunca pusimos las otras emisoras en marcha, ni las vendimos. Simplemente caducaron (…). Los errores son magníficos porque se encajan y te dan grandes lecciones. A mí lo que me preocupan son los éxitos” (Jesús Polanco)
Polanco cuenta a Juan Cruz cómo se produjo la entrada de
PRISA en la SER, a partir de una pequeña participación accionarial del 9,85 por
ciento (paradójicamente, una cifra mayor a la que hoy poseen los herederos del
fundador de PRISA) “que habían pertenecido al subdirector de Standard
Eléctrica”. Un amigo personal del empresario, Gregorio Marañón y Bertrán
de Lis, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, supo
cómo acceder a ese paquete. “Durante un año mantuvimos en secreto el hecho
de que nosotros teníamos esas acciones, hasta que nos vimos obligados a decirlo
y a entrar en el Consejo de la SER. Eso era en 1984”. Polanco relata que
una vez dentro se dieron cuenta de que el “auténtico propietario” de las
acciones de la familia Fontán era el Banco Popular. El fundador de PRISA llamó
a Luis Valls, máximo responsable del Popular, que llamó a su vez a Ramón Hermosilla, el
abogado de los Fontán, “y tardamos media hora en ponernos de acuerdo”.
Con la pequeña participación y el paquete de la familia Fontán, PRISA se
presentó en el Consejo con el 51 por ciento de las acciones y el control de la
sociedad. Aquí comienza la nueva historia de la SER, que en 2024 cumplirá su primer
siglo de vida.
La historia es compleja. El Gobierno socialista, que
mantenía el 25 por ciento de las acciones de la SER, desde tiempos de Adolfo
Suárez, no facilitó la compra de las restantes acciones. Primero, puso impedimentos
a que Polanco se hiciera con las acciones en manos del Banco Hispano. “Cuando
yo trato de comprar las acciones de la SER que tiene el Hispano, su director,
amigo mío, Alejandro Albert, me dice que el Gobierno, o algún miembro del
Gobierno, ha prohibido que se nos vendan”. ¿Quién era la mano negra en el
Gobierno de Felipe González que no quería ver a Polanco ni en pintura? “Era Alfonso
Guerra el que no quería”, confiesa el empresario de origen cántabro. En
el libro se cuenta un encuentro con el entonces vicepresidente que no terminó
muy bien. “No he sido nunca santo de su devoción. Debo decir que él tampoco
de la mía”. El caso es que PRISA se hizo con el 75 por ciento de las acciones
de la SER y cerró la compra del cien por cien con la adquisición del paquete en
manos del Gobierno del 25 por ciento. “Alfonso Guerra salió del Gobierno cuando
conseguí comprar esas acciones”, recuerda Polanco.
Jesús Polanco fue testigo de excepción, y jugador, en La Transición española. Aquí contempla el abrazo entre Santiago Carrillo (PCE) y Adolfo Suárez, presidente del Gobierno (Fotografía El Confidencial) |
“Nunca me dijo lo que yo tenía que decir, nunca me dijo lo que a él le gustaría que yo dijera, nunca un profesional pudo trabajar con más libertad” (Iñaki Gabilondo)
Jesús de Polanco fue un amante de las rancheras, le gustaba
escucharlas, y hasta cantarlas. Le gustaba bailar, disfrutar. Le gustaba vivir,
pero sin grandes alardes y mucho menos ínfulas. No era derrochador, pero
tampoco tacaño. Le gustaba cultivar las amistades y, cuando te dedicaba su tiempo en el despacho,
parecía que el mundo giraba solo en torno al que era recibido. Todos los
testimonios del libro, que son muchos y diversos, destacan su generosidad, y el
respeto reverencial por el trabajo de sus periodistas, en el que nunca se
inmiscuyó. “Nunca me dijo lo que yo tenía que decir, nunca me dijo lo que a
él le gustaría que yo dijera, nunca un profesional pudo trabajar con más
libertad”, reconoció Iñaki Gabilondo al conocer la muerte de Jesús
de Polanco. “En broma, he terminado diciendo que ‘Polanco’ es un acróstico,
que la P es de prensa, la O de ondas, la L es de libros, la A es de Americanos,
la N de nacionales y la CO final de Cojonudos”, mantiene con sorna el empresario.
Este “Ciudadano Polanco” es un libro más bien
hagiográfico. No se oculta la cara más dura del empresario, que era muy
exigente con sus colaboradores, y formado en el autoritarismo, como reconoce,
pero sí se dulcifica. Menciona a menudo las discrepancias con Juan Luis
Cebrián, e incluso las broncas que mantuvieron “aunque en lo esencial había
acuerdo”. Pero nada se comenta del triste destino del Grupo PRISA tras la desaparición
de Jesús de Polanco y, sobre todo, de la que estaba llamada a continuar su
labor, Isabel Polanco, la hija, que falleció al año siguiente, también por
un cáncer. La decadencia de los Polanco en PRISA no la vivió su fundador. Sí se rubrica, con insistencia, que el fundador de PRISA desarrolló
un gran respeto por la libertad de los profesionales de
la información, y que luchó hasta los límites de su propia libertad, en el llamado
‘Caso Sogecable’, una persecución orquestada desde el Gobierno de José María
Aznar contra el Grupo personalizada en la figura de Jesús Polanco, y dirigida
por el juez Gómez de Liaño, por defender la independencia de todos sus
medios frente al poder. No puede obviarse que El País nace con la bendición de Manuel
Fraga Iribarne, que dio su autorización a Juan Luis Cebrián para hacerse
con la dirección, y que la inspiración llevaba el sello de la derecha más
civilizada del régimen. De hecho, Jesús Polanco participaba de esa misma
inspiración ideológica, aunque evolucionó, y sobre todo luchó contra la
intransigencia de los poderes fácticos que negaban los progresos y la apertura
de las libertades.
Portada del libro |
Augusto Delkáder recuerda en el libro, a preguntas de Juan
Cruz, una de las enseñanzas de Jesús Polanco. “El día que me nombró
consejero delegado de la SER me dijo: ‘La radio tiene muchos asociados. Tiene
accionistas minoritarios. Yo siempre me he portado muy bien con los socios. En
esta compañía hay una cosa fundamental: que con los asociados tienes que
portarte bien porque tú eres el presidente de todos, no eres el presidente de
una parte de PRISA, eres el presidente de la SER, y eso hace que tengas que contemplar
todos los intereses de los asociados, que los socios se sientan cómodo en tu compañía’”.
Sin duda, uno de los puestos estratégicos en la SER era la relación con los
empresarios locales que aportaban una o varias emisoras a la cadena. El
objetivo no solo era crecer y estar presentes en todos los mercados
importantes, sino también, y sobre todo, en cuidarles y hacerles sentirse cómodos,
labor que durante muchos años desarrolló, con indudable éxito y acierto, Sergio
González Otal.
Juan Cruz en la presentación en Barcelona de su libro 'Ciudadano Polanco', entre Lluís Bassets, de espaldas y Màrius Carol (Fotografía Albert García, El País) |