El 23-F salvó a una radio que agonizaba
De izquierda a derecha, Ángeles Afuera, Mariano Revilla y Rafael Luis Díaz (Fotografía Bárbara Puyol, CadenaSER.com) |
¿Qué supuso para la radio aquella noche? ¿Por qué se denominó “la noche de los transistores”? Algunas de sus señorías, como el exvicepresidente Fernando Abril Martorell, disponían de un pequeño transistor e iban informando, a escondidas, al resto de diputados, sobre lo que ocurría en el exterior
El caso es que, recuperadas las libertades, nadie podía
creer lo que contara RNE, surgida de
la Guerra Civil y representante de lo más sórdido de la Dictadura, y la SER carecía de trayectoria informativa, y
solo sabía producir radionovelas y concursos. La falta de credibilidad de la
radio era absoluta, primero la radio pública, pero también la privada, totalmente
inexperta en la materia.
Por eso llegó a ser tan importante el papel realizado por la
SER con sus dos buques insignias “Matinal
SER” y “Hora 25”. Los ámbitos que le quedaban a la cadena privada
eran la información local y la del corazón. Poco más. Pero la SER se empeñó en burlar a la censura, o al
menos intentarlo, y no fueron pocos los rapapolvos que se llevaron por sus
gestas. Como “Hora 25” no podía informar de nada, tuvieron que
inventarse el subtítulo de “un programa de cuestiones actuales”. Y ahí
bregaron tipos como el citado Manuel Martín Ferrand, y otros como Basilio
Rogado, Luis Rodríguez Olivares, José Joaquín Iriarte, Manuel Amado, José María
García, Miguel Ángel Nieto, Rafael Luis Díaz, etc.
Todos ellos formaron parte, en diferentes etapas, de la
redacción que elaboraba “Hora 25” y se peleaban por salir adelante en
cada edición, sin ser precintados por la censura. Rogado me contaba que siempre
empezaban el informativo sin saber si, al terminarlo, les iba a esperar una
pareja de la Guardia Civil para conducirles a la Dirección General de
Seguridad, sita en la Puerta del Sol madrileña, ubicada a poca distancia de la Gran
vía, sede de la Cadena SER.
La radio atravesó en aquel período, final de
la Dictadura y comienzo de la incipiente democracia, su peor crisis de
credibilidad. La radio del entretenimiento estaba muerta, consumida,
amortizada, y no había costumbre de escuchar la radio para informarse. La radio
pública salía de las cavernas, e intentaba dar un giro de 180 grados al
oficialismo de sus locutores, que ejercían de la voz de su amo, siempre mirando
hacia el Pardo. Por eso, un hombre -un periodista- resultó proverbial: Eduardo Sotillos.
Él iba a darle diez vueltas a RNE hasta
hacer desaparecer la rémora de su pasado para abrir una nueva etapa democrática
en libertad. Costó, pero se logró.
La radio atravesó en aquel período, final de la Dictadura y comienzo de la incipiente democracia, su peor crisis de credibilidad. La radio del entretenimiento estaba muerta, amortizada, y la radio pública salía de las cavernas, e intentaba dar un giro de 180 grados al oficialismo de sus locutores, que ejercían de la voz de su amo, siempre mirando hacia el Pardo
Y, en aquel entorno hostil para la radio, de plena
desconfianza de los oyentes hacia ella, el 23 de febrero de 1981, el entonces
director de los Servicios Informativos de la Cadena
SER, Fernando Ónega (al que sus colegas desaconsejaron aceptar la oferta de la SER "porque eso no lo escucha nadie"), estableció el dispositivo de cobertura informativa
de la sesión del Congreso de los Diputados en la que se iba a elegir al
sustituto a la presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, perteneciente
a las filas de la Unión del Centro Democrático (UCD). Días
atrás, el 29 de enero, el entonces presidente, Adolfo Suárez, anunció su
dimisión irrevocable. Suárez había perdido la confianza de su propio partido
y, como se supo con posterioridad, la del propio rey Juan Carlos de Borbón, que
fue quien le propuso para ocupar el cargo. Ónega eligió a Rafael Luis Díaz para
cubrir la investidura. El jefe de Emisiones estableció el dispositivo técnico,
encabezado por el veterano Emilio Olabarrieta y el joven Mariano Revilla.
Los tres se encaminaron hacia la Carrera de San Jerónimo con los equipos
necesarios, dispuestos a cubrir una mera sesión de trámite.
Llegaron al Congreso, Olabarrieta se conectó a la línea
microfónica permanente de la SER en la
sala de plenos y probó señal con los estudios. El sonido llegaba perfectamente.
Una vez comprobada la línea, se tomaron un descanso a la espera de que el
presidente del Congreso, Landelino Lavilla, también de UCD, diera por
abierta la sesión, algo que ocurrió pocos minutos después. Adolfo Suárez
ocupaba su escaño en el banco azul, junto al teniente general Gutiérrez
Mellado, su vicepresidente primero. Lavilla dio paso a la votación de
Leopoldo Calvo Sotelo, y Rafael Luis Díaz comenzó a narrar los hechos, y a
explicar las consecuencias de aquella votación, que terminaría con la elección
de un nuevo presidente del Gobierno, Calvo Sotelo.
Todo transcurría con absoluta normalidad, sus señorías se
levantaban de su asiento para votar -sí, no, abstención- hasta que el
secretario leyó el nombre del diputado Manuel Núñez Encabo. En este momento,
se oyeron unos gritos en el hemiciclo que terminaron con un grupo de guardias
civiles irrumpiendo en la sala blandiendo sus armas. Y fue entonces cuando
el teniente coronel Antonio Tejero Molina impuso su autoridad por la
fuerza de los tiros ante el Gobierno legítimo de la nación. Gutiérrez Mellado intentó frenarle,
se le encaró y recurrió a su rango militar, cuatro empleos superior, pero
Tejero no solo no atendió a razones sino que forcejeó con él e intentó
derribarle, algo que por fortuna no logró y que, de haberlo conseguido, hubiera supuesto
la pérdida de la dignidad de un país entero que soñaba con la democracia. Eran tiempos
aún de nostálgicos: para unos Tejero era un patriota; para otros, un golpista.
Fernando Ónega era el director de los Informativos el 23-F (Fotografía Cadena SER.com) |
A partir de aquí, los hechos son suficientemente conocidos. Pero, ¿qué supuso para la radio aquella noche? ¿Por qué se denominó “la noche de los transistores”? Algunas de sus señorías, como el exvicepresidente Fernando Abril Martorell, disponían de un pequeño transistor e iban informando, a escondidas, al resto de diputados, sobre lo que ocurría en el exterior. La radio jugó un papel excepcional aquel día, y aquella noche. Fueron veintidós horas ininterrumpidas de emisión que la SER lideró. Todos escucharon aquel día la SER. Todos. El país se debatía entre las libertades y un nuevo gobierno militar y la radio lo estaba contando, en directo. La radio renovó su papel ante la sociedad, como el gran medio de información que era, por naturaleza, condición que la dictadura le había hurtado.
Ayer lunes, en el transcurso del programa “Más de Uno” de Onda Cero, que presenta Carlos Alsina, Fernando Ónega discutió respetuosamente con Arcadi Espada sobre la versión de la actuación de la SER, aquel día, que ofreció en un reportaje en El Mundo. Merece la pena escuchar estos poco más de diez minutos, para comprender cuál fue el papel de la SER, en definitiva, de la radio española ante el Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
En cualquier caso, en aquel contexto de falta de credibilidad de la radio, con una incipiente democracia tutelada muy de cerca por los mismos militares que apoyaron al general Franco, la cobertura del Golpe demostró que el medio tenía capacidad suficiente como para demostrar que la información iba a convertirse en la columna vertebral de la radio en las siguientes cuatro décadas, aunque esto, como me denunció el propio Alsina, significara que el resto de géneros que la radio encumbró en su época más dorada de éxito popular, quedaran proscritos. La nueva radio de la información en España alcanzó su confirmación el 23 de febrero de 1981.
Este Arcadi, que no se quien es, es un absoluto indocumentado.
ResponderEliminarEl audio es de sumo interés, por, y lo está diciendo el mismo Alsina al tiempo que estaba yo escribiendo esta respuesta, "la discrepancia educada y cortés". Además, se habla de otro medio - la SER - desde ONDA CERO, con sumo orgullo por parte de Ónega. Felicidades a los 3, Alsina incluído, claro está, por esta conversación.
ResponderEliminarUn placer.
Por otra parte, yo recuerdo haber llegado desde el colegio a casa y estando solo conecté la radio, donde daban cuenta de lo que había ocurrido hacía pocos minutos. Ahí ya no recuerdo, si la SER o RNE
El relato que hace Fernando Ónega responde a la verdad. Lo sé porque yo estuve allí. Es sorprendente el desparpajo con que Arcadi Espada defiende su versión.
ResponderEliminarLo ocurrido aquella noche es historia de la radio. Al parecer, Espada no lo sabe.
Luis Rodriguez Olivares
Siempre gracias, maestro! Lo que me preocupa es que haya versiones "de la SER", si es cierto, que defiendan otra versión, sin contar con sus testigos directos. Un abrazo.
EliminarHemos oido cosas raras estos días, amigo Gorka. Incluso en la SER.
ResponderEliminarLuis R.O.