El principio de la retirada de Iñaki Gabilondo
- Gabilondo solo ejerce de mensajero. Siempre ha defendido que de lo que realmente le gusta hablar es de "la política de las cosas", no de "las cosas de la política". Pues bien, durante los últimos diez años se ha dedicado solo a esto último. Y es indudable que este ejercicio diario desgasta, y mucho
Iñaki Gabilondo, en su San Sebastián natal, mirando hacia el mar (Fotografía 'Imprescindibles', TVE) |
Si fuera por él, se iría en silencio. A su condición de
guipuzcoano, a los que se nos asocia, a partes iguales, discreción y humildad,
hay que sumar su enorme timidez y su profunda convicción de que el periodista
nunca debe ser noticia por sí mismo. Su única condición es la de mensajero,
puro intermediario, eso sí, honestamente vinculado a la verdad de los hechos y a
los datos fehacientes. Este es Iñaki. Este ha sido siempre su ejemplo.
Iñaki ha vivido estos últimos diez años en la diana permanente. Ya no contaba las noticias, distanciado de ellas; sino que se metía hasta el fondo de la trastienda para intentar interpretarlas. Se mojaba, se etiquetaba... más
Cuando en 2005 abandonó la SER para iniciar un viaje catódico,
por Cuatro y CNN+, Iñaki Gabilondo siguió siendo un periodista que contaba lo
que nos ocurría. Tras su inusual comienzo profesional dirigiendo Radio San
Sebastián y Radio Sevilla, recaló en los servicios informativos de la Cadena
SER en Madrid, en los inicios incipientes de la información en una radio
oprimida por el monopolio de la franquista Radio Nacional de España. “Matinal
SER”, “Hora 25” nacieron por obra y gracia de un tipo tan genial como visionario, de
nombre Antonio Calderón, al que Iñaki veneró como su gran referente,
cuando no se podía hacer información libre en España, y cuando la censura
acechaba en cada esquina. Conoció -y trabajó- entonces con Manolo Martín
Ferrand, un todoterreno del periodismo.
Hasta 2011 nos contó las noticias y compartió el día a día,
antes, desde “Hoy por Hoy”. A partir de este año, Iñaki cambió
voluntariamente de registro, convirtiéndose, de la noche a la mañana, en un analista
político, que utilizaba dos altavoces (dos escaparates) muy potentes en España:
la SER y el diario El País. Su videoblog, “La voz de Iñaki”, era seguido
diariamente por millones de españoles que atendían sus comentarios sobre la
vida política, unos para elogiarle, otros para insultarle. Ya no contaba solo
lo que ocurría, sino que lo interpretaba, se mojaba, se etiquetaba. Y eso, en
esta España pendenciera, en pelea permanentemente a flor de piel, y en donde
vivimos una innecesaria e inoportuna tensión ideológica frentista,
encarnizada, desgasta mucho, y requiere de unas condiciones, físicas y
emocionales, robustas para afrontar el compromiso diario. Iñaki ha cumplido 78
años. En 2022 entrará en el club de los octogenarios.
"Cuando alguien de mi edad -le decía a Ángels
Barceló en su despedida- se hace a un lado, pocas explicaciones hacen falta,
más bien al contrario, habría que explicar qué está haciendo por aquí todavía".
El periodista donostiarra reconocía que ni tiene fuerzas suficientes para
avanzar, ni la fe suficiente para intentar sobreponerse al panorama enrarecido,
y vil, que nos está tocando vivir. Gabilondo siempre ha tenido claro el tiempo
en que vive y dónde estaban sus prioridades. Su rechazo proverbial a participar
del juego de las redes sociales tenía que ver con la optimización de su último tiempo.
Y este adiós al comentario político diario también. “Antes de que se apague
la luz prefiero iluminar otros rincones", le reconocía a Barceló.
Iñaki Gabilondo en el Hotel Igeldo, desde el que se divisa toda la bahía donostiarra (Fotografía 'Imprescindibles', TVE) |
Iñaki ha vivido estos últimos diez años en la diana permanente. Ya no contaba las noticias, distanciado de ellas; sino que se metía hasta el fondo de la trastienda para intentar interpretarlas. Para intentar explicarlas, y explicárnoslas. Y la militancia borrega de algunos, realimentada por sus propias ideas, sin espacio para la disidencia doctrinal, le ponían de chupa de dómine solo por pensar diferente a ellos, y el canal, fácil, gratuito y anónimo de las redes sociales constituía el mejor caldo de cultivo para el insulto descarnado, e injusto. Por eso, en su despedida y cierre de ciclo, Iñaki le decía a Ángels: “me parecía de buena educación, después de tantos años, despedirme de los oyentes personalmente y darles las gracias por su afecto y su respeto, que me han expresado siempre, cuando han estado de acuerdo y cuando han estado en desacuerdo”.
Las redes sociales han creado una nueva caverna platónica, que muchos -creo que equivocados- han elevado a categoría representativa de la sociedad. No puede ser que la caterva mediática clandestina que ahí reluce a sus anchas decidiendo las tendencias se erija como portavoz de corriente alguna, más allá de su propia amargura e incompetencia para manifestar su discrepancia de forma civilizada
Iñaki lo deja, cansado de aguantar tanta hipocresía e
incoherencia; cansado de asistir al ruedo político enfermizo basado en el
enfrentamiento por el enfrentamiento; cansado de esquivar los improperios y las
descalificaciones; hastiado, en definitiva, de un país enconado en la
disidencia congénita entre rojos y azules, que perpetúan, interesadamente,
desde las tribunas políticas, una tensión que moviliza los votos que los mismos
políticos necesitan para mantenerse en el poder. Es lógico, que el maestro esté
cansado: “No me siento capaz de continuar con mi apunte diario; el problema
soy yo, estoy empachado. Para sumarse al día a día de una lucha
partidista tan encarnizada hace falta unas fuerzas que yo ya no tengo y una fe
que flaquea. No quiero ser el cenizo pesimista de las 8:30".
Gabilondo no es el culpable de nada. Solo ejerce de mensajero. Siempre ha defendido que de lo que realmente le gusta hablar es de "la política de las cosas", no de "las cosas de la política". Pues bien, durante los últimos diez años se ha dedicado solo, en cuerpo, alma, micrófono y cámara, a esto último. Y es indudable que este ejercicio diario desgasta, y mucho. No nos damos cuenta de que el márketing de la política establece que la generación de tensión en el debate público les beneficia movilizando el voto, las simpatías y las antipatías. Mueve y remueve el ruedo ibérico y fomenta las vehementes conversaciones en ese multitudinario foro público que son los bares, hoy tan vapuleados por la pandemia. Hace muchos años que en este país se vota 'en contra de', no 'a favor de', y esto no creo que sea lo más saludable en una sociedad democrática, supuestamente consolidada y presuntamente formada. Con criterio.
Los medios a menudo se dejan llevar por esa corriente de tensión interesada y artificial, desde las discusiones internas de los dos socios en el gobierno de coalición, hasta las broncas oposición-ejecutivo. A menudo, simple atrezzo. Todo forma parte de un juego partidista, que lo contamina, y los medios son los encargados de extender y multiplicar, en lugar de frenar y moderar. Iñaki lo intentaba. Intentaba frenar el tiempo para explicarnos qué ocurría, e incluso qué podía ocurrir. En ocasiones acertaba, en otras no. Pero esto forma parte del juego de la futurología política.
Iñaki Gabilondo ante el AVE, el Madrid equidistante le ha separado de sus dos grandes vértices vitales: San Sebastián y Sevilla (Fotografía 'Imprescindibles', TVE) |
Las redes sociales han creado una nueva caverna platónica, que muchos -creo que equivocados- han elevado a categoría representativa de la sociedad. No puede ser que la caterva mediática clandestina que ahí reluce a sus anchas decidiendo las tendencias se erija como portavoz de corriente alguna, más allá de su propia amargura e incompetencia para manifestar su discrepancia de forma civilizada. Pero todo contribuye a elevar el tono y la podredumbre de un paisaje que a muchos nos produce vergüenza ajena. Por eso hacen falta periodistas como Iñaki Gabilondo, etiquetado de un lado o Vicente Vallés, etiquetado del otro (mejor que no se sepa que empezó en la SER), cuando desmonta argumentos del Gobierno Sánchez-Iglesias como el IVA de la electricidad. O Carlos Alsina, cuando somete a sus invitados políticos a una entrevista sumarísima, sin insultos ni descalificaciones (no le hacen falta), basada únicamente en sus propias incoherencias. Es más que suficiente para desmontar una realidad tan inestable como arrojada.
Sin Gabilondos, Alsinas, Vallés, Barcelós, Franganillos... esta España sería mucho más cateta e intransigente. El periodismo de opinión no está en horas bajas. Es mucho más grave: el que está en horas bajas es el periodismo, a secas
Sin Gabilondos, Alsinas, Vallés, Barcelós, Alfonsos, Franganillos... esta España sería mucho más cateta e intransigente. El periodista está hecho para informar al ciudadano, de la manera más honesta posible, y para esta labor hay que vigilar los movimientos del gobierno de turno, sea del signo que sea. El periodismo de opinión no está en horas bajas. Es mucho más grave: el que está en horas bajas es el periodismo, a secas. No quiero un periodismo de trincheras, emanado de los mismos principios de la estrategia política. Quiero un periodismo de control al poder, que destape sus errores y limite sus intereses espurios. E impecable en las formas.
Iñaki Gabilondo nunca ha sido infalible. Ni él tampoco lo ha pretendido. Ha reconocido sus errores, como el de los terroristas suicidas de Atocha, o su antipatía manifiesta por el Aznar más belicista, incluso ha reconocido la demolición de algunos de sus ideales, como su propio Juancarlismo en referencia al reinado del rey emérito, Juan Carlos I de Borbón, después de conocerse sus retorcidas entretelas. Pero sus errores son combustible para la manada mediática que utiliza el insulto como estrategia permanente, en lugar de discrepar desde la razón y el respeto, elementos tan poco habituales en una España que vive anclada en un falso enfrentamiento que nos impide avanzar. Aunque no siempre he estado de acuerdo con sus análisis, me apena que se apague la voz de Iñaki Gabilondo en un momento en que más falta nos hacen lecturas preclaras de la realidad, apoyadas en muchos casos en el sentido común, el menos común de los sentidos.
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