Muere Carlos Peisojovich, el hombre que no quiso ser famoso
- ‘El Peiso’ era un hombre que entraba en un estudio de radio para hacer un programa de dos horas con un folio en blanco, la cabeza llena de bromas y un montón de juegos de palabras
Carlos 'El Peiso' Peisojovich, en su estudio radiofónico |
El Peiso fue mi primer maestro sin él saberlo. Coincidimos
en los años ochenta en Radio Popular de Reus y, a los cinco minutos de
conocerle, entendí, pese a que no sabía nada de la vida a mis 17 años, que no
debía separarme de él en ningún momento. Los buenos maestros no saben que lo
son porque no ejercen como tales; solo disfrutan con lo que hacen.
"Hay gente con la que quieres estar siempre y que el tiempo pase más despacio. Hay gente con la que celebras esto tan raro de vivir y trabajar. Carlos Piesojovich era uno de ellos. Le recordé siempre y seguiré haciéndolo"
Carlos era un hombre que entraba en un estudio de radio para
hacer un programa de dos horas con un folio en blanco, la cabeza llena de
bromas y un montón de juegos de palabras. Trabajaba como vivía: improvisando.
Seducía y entretenía las 24 horas del día, leía a Bukowski, salía de noche,
vendía publicidad y bromeaba en directo sobre nuestros propios jefes. Viví en
directo su expulsión de la emisora, que él se tomó como una broma: “¡Che, hoy
es el día de los Santos Inocentes! ¡Pero qué broma más buena!”. Nos modernizó a
todos sin darse cuenta. Nos puso las pilas. Nos inoculó el bendito veneno de la
incorrección y la provocación.
Unos años antes, había recalado en nuestra emisora de
provincias —ahí estaba un joven Carles Francino— tras su etapa en los medios
locales de Santa Fe y su aparición fue una entrada de aire fresco en la radio
española de finales de los setenta, que se estaba sacudiendo la caspa del franquismo.
Llegó a batir el récord de permanencia en antena con un programa que duró más
de cien horas ininterrumpidas. Me pasaba horas mirando las fotos en blanco y
negro de aquella proeza.
Contaban que renunció a algunas ofertas en Madrid y Barcelona porque prefirió el calor de la radio de proximidad a las concesiones e imposturas de los grandes medios. Era libre, caótico y brillante. Siempre pensé que no fue famoso porque no le dio la gana y eso lo convertía en alguien único.
Tuve la necesidad de ir a verlo en 2012 para mi documental "El culo del mundo", la crónica de un parón en mi carrera. La casualidad quiso
que viviera en la misma ciudad que un buen seguidor —Julián Traba—, que me
llegó al corazón cuando me mandó un correo donde me explicaba que no hay distancia
que frene el poder de la comunicación y de la comedia. Volvía a ver a El Peiso
30 años después. Estaba nervioso, avanzó la cita, me enseñó su ciudad de noche
a toda velocidad, le sorprendía mi homenaje. Nos sentamos en un desvencijado
café y, cuando lo tuve delante, me recordó enormemente a mi padre, física y
mentalmente. Tuve que reponerme para aparentar normalidad y le pregunté por qué
creía que nos dedicamos a esto. “Hablamos todo el rato para que no se note que
no sabemos nada”, dijo. Reímos, recordamos, bromeamos y luego desapareció tal
como entró en mi vida, muy rápido. Demasiado rápido.
Hay gente con la que quieres estar siempre y que el tiempo
pase más despacio. Hay gente con la que celebras esto tan raro de vivir y
trabajar. Carlos Piesojovich era uno de ellos. Le recordé siempre y seguiré
haciéndolo.
Andreu Buenafuente es cómico y presentador.