Ángel Faus: recuerdos personales, a vuelapluma…
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Recuerdo del profesor Esteban López-Escobar de la Facultad de comunicación de la Universidad de Navarra
"Que descanses en paz, amigo mío"
ElEspañol.com,
31.08.2020, Esteban López-Escobar, profesor de la Universidad de Navarra. Ayer,
cuando me llegó la noticia de la muerte de Ángel Faus, envié un tuit diciendo:
“Ha sido un hombre bueno, un buen marido, un buen padre, un buen colega, y un
buen amigo”; he de añadir que ha sido también un buen abuelo.
Ángel Faus en una de las aulas de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra |
Ángel llegó al Instituto de Periodismo de la Universidad de
Navarra en 1962. Venía de su tierra natal valenciana y recaló en Pamplona
después de haber explorado otros campos de estudio y de trabajo. En Pamplona,
ya con alguna madurez, acabó descubriendo su verdadera vocación-pasión: la
radio. Tenía una voz excelente, de tono grave, ideal para hablar ante un micrófono.
Y en la radio centró su vida de trabajo desde entonces.
"Durante muchos años abrió el cortejo académico con su porte elegante y su chaqué impoluto, empuñando el bastón de maestro de ceremonias, con puño recto de plata y contera de plata también"
Antes, mientras tanteaba la vida, buscando lo que podría
encajar con sus anhelos, pasó unos años en Francia y Alemania. El 13 de agosto
de 1961, cuando regresaba de la zona oriental al Berlín de occidente, vio cómo
unos camiones con soldados llegaban a la línea fronteriza y comenzaban a
desplegar un alambre de espino: sin saberlo fue testigo del inicio del
muro de Berlín.
Me lo contó una vez cuando, desde una pequeña plataforma que
había detrás del Reichstag, pudimos ver, por encima del muro, aquel hiriente y
desolado panorama de obstáculos para evitar que los ciudadanos –civiles y
también militares- huyeran del “paraíso comunista”. Ante nuestros ojos estaba
la desolación de lo que había sido antaño la bulliciosa plaza de Postdam;
recuerdo que, en aquella especie de desierto destacaban un montón de tierra
bajo el que estaban los restos del búnker hitleriano, y un modesto edificio, de
un verde ceniciento, que había sido el Ministerio de Propaganda que Hitler
había encomendado al Dr. Goebbels y que, según nos dijo alguien, seguía
sirviendo con funciones similares en la Alemania comunista.
Ángel hizo su trabajo de Grado de Periodismo sobre Otto
Groth, el profesor alemán que optó por la ‘Periodística’, una corriente de
trabajo a la que se enfrentaba por entonces la llamada ‘Publicística’, que
acabó consolidándose. Intelectualmente se sintió siempre más cercano de las
escuelas alemanas que de las estadounidenses o británicas.
Durante muchos años abrió el cortejo académico con su porte
elegante y su chaqué impoluto, empuñando el bastón de maestro de ceremonias,
con puño recto de plata y contera de plata también. Encabezaba el cortejo
multicolor de vestes académicas a las que conducía hacia el Aula Magna. Allí
mismo, cuando se le hizo un homenaje en su jubilación le regalamos una réplica
de aquel bastón que estaba tan unido a su figura.
Esteban López-Escobar, en una fotografía de Manuel Castells |
Un año, por razones profesionales tuvimos que hacer
juntos un largo viaje por América para seleccionar entre los candidatos a
quienes iban a hacer el Programa de Graduados Latinoamericanos (el PGLA) que la
facultad mantuvo durante casi veinte años con el patrocinio de una fundación
alemana.
Fue aquel un viaje con muchas incidencias de interés.
Teníamos que visitar casi todos los países de habla española y Brasil. Pero yo
quería hacer algunas gestiones en Nueva York y tuve que convencer a Ángel para
que viajara allí conmigo, ofreciéndole como señuelo la oportunidad de tener un
almuerzo con un broker de emisoras de radio, conocido mío, y un
empresario de origen cubano que había comprado una emisora de radio en Times
Square con la que estaba ganando bastante dinero después de cambiar el
idioma de inglés a español.
Además, como nos habían reservado un apartotel cerca de la
calle 47, me pareció una excelente oportunidad para enseñarle a Ángel esa calle
tan pintoresca del ‘diamond district’, llena de judíos ortodoxos trajeados de
negro, con sombreros, kippás y guedejas, que hacían tratos delante de
escaparates rutilantes de oro –pulseras, relojes, anillos…- y de brillantes y
otras piedras preciosas.
Sucedió que no pudimos ir allá hasta que comenzó a oscurecer
y, cuando llegamos a la calle 47, estaba todo muerto: la calle estaba
totalmente vacía y en los escaparates no brillaba absolutamente nada: lo único
que se veía era el terciopelo negro sobre el que se exhibía toda aquella
riqueza durante el tiempo de apertura, y de la que no se veía nada tras el
cierre de los locales: como si el Museo del Oro de Bogotá se hubiera
desvanecido sin dejar rastro alguno de su existencia. Me consta que Ángel
pasó una noche inquieta, atento a cada ruido en nuestro inmueble, y que
aquella experiencia lo hizo más español y más germano.
Mi corazón se va en estos momentos con él a Benicasim, donde
están Marisa, su mujer, y parte de sus hijos con las familias respectivas.
Luis, el más pequeño, me decían ayer, continúa en Vietnam. Que descanses en
paz, amigo mío.
Esteban López-Escobar es catedrático de
Opinión Pública en la Universidad de Navarra.