Obituario José Cavero, periodista
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El periodista Rafael Cerro dedica un último recuerdo al periodista, que ha fallecido en Madrid, a la edad de 70 años
Pepe o José
José Cavero era el nombre oficial grabado en las caretas de Antena 3 de Radio, la cadena legendaria que revolucionó el medio entre los años 80 y 90. Pero, en aquella casa, todos le llamábamos Pepe. Incluso si eras un mozalbete de veinte años y Cavero era ya un tipo con mucha trayectoria anterior en Radio Nacional, además de todo un director de informativos actual, tú decías, con respeto, siempre Pepe.
Pepe Cavero (Fotografía Periodista Digital) |
Él era un director que no solía intervenir en lo editorial, dentro de aquel medio poco ideológico, pero indisimuladamente conservador. No te vigilaba. A lo sumo, podía llamarte a capítulo por un par de inexactitudes lingüísticas que pasarían inadvertidas a muchos jefes de ahora. Cualquier cosa que hubieras dicho mal en el último boletín, en una época en la que la pulcritud en el verbo de los profesionales todavía se valoraba mucho. Pepe no escrutaba, pero siempre estaba escuchando la radio. Si hablabas en antena, lo hacías bajo el peso de la certeza de que él estaba escuchándote. Si estabas a cargo de los boletines horarios, no se te iba a pasar ninguno: don José había dispuesto en la redacción un timbre que sonaba siempre a menos cinco. Un sonido horrible, como de un despertador, que solamente podías apagar con un botón situado precisamente en la pared del locutorio de Oquendo, 23.
En este negocio nuestro hay gustos y pelajes para todo. Por ejemplo, algunos preferimos decididamente la radio y otros son más vocacionales de lo periodístico. Cavero era el más periodístico de todos y, además de ser el director de informativos, confeccionaba el resumen de prensa para "El primero de la mañana". Había hecho esos resúmenes en Radio Nacional, donde también había dirigido los informativos, y ahora leo que también confeccionaba el resumen de prensa diario al presidente Adolfo Suárez, trabajo que después realizaría para la Casa Real. Nadie hacía mejor ese trabajo y tardé un tiempo en descubrir los dos secretos que explicaban por qué: el primero consistía en que él se lo leía todo para confeccionar su selección de noticias. Devoraba todos los diarios para el matinal llamado "El primero de la mañana". El leía o clasificaba también todos los teletipos y veíamos cómo iban desapareciendo bajo distintos montones en los que los iba ordenando, que terminaban convirtiéndose en rascacielos de papel. Porque los teletipos de antes eran de rollos de papel que se cortaban con la mano.
José -Pepe- Cavero, era más periodista que radiofonista |
El segundo arcano de Cavero consistía en que también lo escribía absolutamente todo. Él creía que los folios no tenían límite y, cuando estaba preparando uno de sus resúmenes, siempre pensaba que podía seguir añadiendo líneas al mismo papel. Se le iban ocurriendo más cosas y continuaba escribiendo en el interlineado. Al final, seguía redactando incluso en los márgenes cambiando el folio de posición. Me refiero a aquellos tiempos postreros de la máquina de escribir, en cuyo carro metíamos hasta cuatro folios separados por hojas de calco. Redactabas una vez y tenías cuatro guiones para un informativo. Máquinas que sonaban tecleando en simultáneo, olor a papel carbón y, dos metros más allá, maestros míticos que hacían imposible que no aprendiéramos a escribir bien: en la misma sala, Luis Carandell, Santiago Amón, Alfonso Ussía y José Cavero. Como dicen los videojuegos de hoy: “Nivel: leyenda”.
Convivimos con estos eruditos desde los 19 años. Llegué a Antena 3 de Radio en 1985 porque Guillermo Fésser y Vicente Mateos me abrieron el camino para poder hacerlo de madrugada. Todo era clandestino y yo no tenía ningún seguro oficial ni, oficialmente, estaba allí. La condición era “Desaparece pronto, de madrugada: que no se entere Cavero”. Pero no se podía saber que yo estaba allí, sin contrato. Santiago Gimeno me llamaba “el redactor pirata”. Aquello duró muchos meses y me permitió estar en el lugar de la radio en el que todo se cocía. Conocer a Pumares y a García y, sobre todo, aprender del mejor maestro posible, que sin duda era Vicente. Aquello, en lugar de una redacción, parecía una universidad, pero de la vida. Yo siempre estaba tenso, escuchando lo mismo: “Que no se entere Cavero”. Él era el director y el jefe no podía permitir esa irregularidad: un pipiolo aprendiendo allí, de noche. Un sin papeles. Una mañana me despisté y salí a las seis y un minuto. En la puerta del ascensor de Oquendo, 23, me crucé con Pepe. Que lo sabía todo. Cavero sonrió y, con su voz inolvidable llena de agudos, me dijo “Buenos días”.
Rafael Cerro, periodista