#VIDASENTERRADAS
https://www.gorkazumeta.com/2017/11/vidasenterradas.html
Un reportaje de Conchi Cejudo, narrado por Javier del Pino (Cadena SER)
'A vivir' viaja a La Lantejuela (Sevilla), para rescatar la vida y la muerte de un grupo de 77 jornaleros asesinados en 1936
Episodio I: Manuel España Gil
Escuchar el relato te deja mal cuerpo, pero forma parte, desgraciadamente, de nuestra historia vergonzante, la de las dos Españas, que no terminan de enterrarse, la de los rojos y los azules. En esta ocasión es la España falangista la que causó irreparables daños, la muerte de 77 personas, 77 jornaleros, entre ellos, el de Manuel España Gil, al que se dedica esta primera entrega, narrada por Javier del Pino. La aplicación de Cadenaser.com, con transcripciones automatizadas, permite leer el reportaje, pero la lectura no refleja, en toda su dimensión, la incomparable fuerza emocional que encierra este reportaje firmado por una joven periodista, Conchi Cejudo que, micrófono en ristre, ha buceado en funestos recuerdos ajenos prestados. La radio, una vez más, demuestra todo su poder en trabajos como estos, en los que periodismo y voces en alto aúnan su poderío para mostrar, demostrar, y recuperar, desdichados y luctuosos episodios de nuestra historia, aún reciente para algunos, de los que debemos avergonzarnos, pero no olvidar.
Fotografías de Gervasio Sánchez en la fosa de La Puebla de Cazalla |
Conchi Cejudo, Madrid, 12/11/2017. Un día a la semana, un día al mes, en fechas señaladas, se puede ver a los familiares de los represaliados del franquismo pidiendo justicia y dignidad para sus muertos en muchas plazas de España. Eso sí, para verles, hace falta mirar. Así se descubre a hijos, nietos, biznietos que llevan décadas, a veces, toda una vida, buscando a quienes un golpe de Estado primero, y más tarde una dictadura, fueron obligados a salir de sus casas para ser asesinados en un lugar desconocido. Sus muertes no fueron registradas, nadie sabe, excepto quienes les mataron, el lugar exacto donde están. Ellos son los desaparecidos. Y en España hay 150.000. #VidasEnterradas nace para darles voz a través del relato de quienes les buscan, para escuchar los detalles de algunas de esas historias de las que se hablaba bajito, casi susurrando, en las casas de los pueblos, de las ciudades de un país al que le sigue costando revisar su historia.
Las carreteras que envuelven en una especie de telaraña ruidosa a la ciudad de Sevilla dejan paso, a apenas 80 km, al sonido de las campanas de la iglesia de La Lantejuela. En este pueblo que hoy tienen 4.000 habitantes pero que en los años 30 apenas llegaba a los 2.000, nació y murió Manuel España Gil.
La reportera Conchi Cejudo, en una imagen de Twitter |
Conocemos la fecha de su muerte, 17 de septiembre de 1936. Sabemos que fue asesinado de madrugada junto a otros jornaleros. Sabemos que días antes de la entrada de los falangistas en el pueblo apoyó públicamente al alcalde republicano, a “Chirri”, elegido democráticamente en las urnas en 1933. Sabemos que dejó a su mujer, a Carmen, con la que se había casado sin cura ni iglesia, “por la bandera”, con un niño pequeño en brazos y que estaba embaraza del segundo cuando su marido fue asesinado. Sin embargo, su historia está llena de silencios. Mari Carmen, su nieta, pero también Miguel, Sebastiana, Antonio, Carmen, José María… nos ayudan a llenar esos vacíos. Sus relatos van uniendo, poco a poco, las piezas del puzle de su historia, de su vida y de su muerte.
Largas pausas, lágrimas. Cuesta echar la vista atrás, recordar y pronunciar algunas palabras. Cuando nos sentamos a reconstruir la historia, pronto nos damos cuenta de que el pasado es doloroso. Es como si el llanto se hubiera congelado en el tiempo y el dolor saltara de generación en generación. Muchas de las personas que han aceptado sentarse con nosotros no vivieron lo que narran en primera persona. La mayoría, transmiten aquello que, siendo niños, les contaban sus abuelos o sus madres. La historia de Manuel se convierte poco a poco en muchas historias. “A los rojos no le daban trabajo en los cortijos, muchos tuvieron que emigrar para no morir de hambre”… “A mi madre la raparon y la pasearon por el pueblo. Fue violada y se quedó embarazada”… “En el colegio, la primera fila estaba reservada para los hijos de los falangistas, los demás apenas aprendíamos a leer y escribir”… la conversación se llena poco a poco de los peores recuerdos de la represión.
Muchos de los protagonistas de estos relatos hace años que ya no están. Nos invade la sensación de que llegamos tarde, de que hemos dejado escapar la historia oral de La Lantejuela, de Andalucía, de España, de la capacidad del ser humano para hacer daño a sus semejantes. Por suerte, Antonio Cano Andrade, sigue vivo.
El testimonio clave
La guardia civil le detuvo cuando apenas tenía 12 años. La suerte y la ayuda de algún amigo de la familia hizo que pudiera regresar a casa en pocas horas, pero su madre, decidió esconderle. La mejor forma de protegerle era enviarle a trabajar con el abuelo, el enterrador de La Puebla de Cazalla. Durante el tiempo que estuviera en el cementerio, nadie le vería por el pueblo, nadie podría hacerle daño. Antonio tiene hoy 95 años, vive con Ana, su cuñada, a la que cariñosamente llama “niña”. Juntos hacen frente a la soledad y a la estrechez de pensiones míseras. Haber vivido casi un siglo se refleja en su voz, en su rostro, pero el tiempo no ha conseguido borrar el horror que presenció en aquel cementerio donde cada noche se escuchaban disparos. “Los falangistas gritaban: ¡Esta noche tenemos carne!”. Detrás de un muro, Antonio fue testigo de muchos asesinatos y de cómo poco a poco, aquella fosa se iba llenando de cadáveres: “La fosa era como un embudo y tenía al menos 5 o 6 metros de profundidad. Por la mañana, llegaban presos de la cárcel a echar tierra sobre los cuerpos de la noche anterior, hasta que se llenó”.