La radio en el conflicto catalán

Una reflexión al hilo de los acontecimientos vividos en Cataluña 

“La radio es un reflejo de la vida, para bien y para mal. Puede actuar desde la justicia, pero también desde la irresponsabilidad” 

21.10.2017. Asistimos en los últimos meses a un encontronazo fatal que han protagonizado catalanes contra españoles y catalanes contra catalanes. Pocos, sin embargo, se han dado cuenta de que el choque de trenes se ha producido en escenarios diferentes, y a menudo opuestos: la razón y la emoción. Y en este contexto, el papel de los medios de comunicación, en uno y otro bando, resulta vital para mantener alta la moral en los suyos.

Mariano Rajoy, presidente del gobierno, anunciando esta mañana la puesta en marcha del artículo 155 de la Constitución para restaurar la legalidad en Cataluña (Captura video Moncloa, Presidencia del Gobierno)
El marco jurídico es el que facilita la convivencia de todos los españoles. Pero en su esencia no lo hemos inventado nosotros. Desde tiempos remotos, la ley ha hecho imperar la paz o la guerra, que de todo ha habido. Los romanos fueron los que reformularon las leyes y las reunieron en su tratado de Derecho Romano, que aún hoy, más de dos mil años después, se sigue estudiando en las facultades de derecho, y muchos de sus artículos siguen plenamente vigentes. La propia Biblia, en las cartas a los Corintios, señala que la libertad está directamente relacionada con el imperio de la ley y Marco Tulio Cicerón, defendió después aquella frase que dice: “soy libre, porque soy esclavo de la ley”. En la medida en que estamos sometidos a la ley somos libres.

Es evidente que en Cataluña hay un problema. Un problema grave. Un colectivo muy numeroso, que no me atrevo a cifrar, aunque muchos se han tirado a la piscina de la cuantificación, está insatisfecho con la relación que mantiene con el Estado y reclama una pertenencia exclusiva a Cataluña, lo que deriva, como solución arbitrada, en emprender el camino de la independencia. Como el marco jurídico español no contempla el derecho a la autodeterminación de sus territorios, quienes defendían esta ruptura han optado por la derogación unilateral de ese marco jurídico que les impedía ser independientes. Y, con este acto, del que solo me atrevo a decir que es sin duda una mala estrategia para alcanzar sus objetivos, se han situado, voluntariamente, fuera de la ley.
“España no será nada si los españoles nos seguimos empeñando en lanzarnos piedras a la cabeza”

En febrero de 2005, el lehendakari Juan José Ibarretxe acudió al Congreso de los Diputados a defender su plan soberanista, que reclamaba un nuevo estatus para Euskadi en su relación con el Estado, pero no defendía la independencia, sino la soberanía del pueblo vasco. Anhelaba la co-soberanía. Defendió su plan desde la tribuna, cosechó 313 votos en contra, y se marchó. Democráticamente, había perdido. Pero tuvo derecho a defender, desde el hemiciclo del Congreso de los Diputados, donde reside el poder de todos los españoles, sus ideas. En ningún momento, por parte del lehendakari Ibarretxe se planteó la posibilidad de derribar el muro de la ley española. El respeto, desde la discrepancia manifiesta, fue absoluto.

No ha ocurrido así en este caso, en el que directamente, los dirigentes catalanes, empezando por el propio president Puigdemont, han derogado las leyes que se les interponen para encaminarse hacia la independencia. Con la ley en la mano, al Estado no le queda más remedio que restaurarla, porque es la única garantía que nos queda para mantener la paz y la libertad que nos ha hecho grandes. Pero detrás de la decisión de Puigdemont, y de sus socios de gobierno, así como de los grupos más radicales que desde el nacionalismo exacerbado les apoyan, hay un evidente descontento, al que hay que dar respuesta, y cobijo. Una insatisfacción que, creo que irresponsablemente, se ha alentado desde el poder de la Generalitat, desde la vehemencia y el enfrentamiento, para lograr más fuerza en esta especie de sokatira pretendida, protagonizada por Madrid y Barcelona. 

La huida de más de mil empresas de Cataluña no es más que una reacción natural -el dinero no tiene ideología- a la falta de un marco jurídico estable. De Cataluña se han ido dos bancos muy poderosos: La Caixa y el Sabadell. Pero es que, de Euskadi, caso de reproducirse el ‘método’ Puigdemont, se irían a los diez minutos BBVA e Iberdrola, que 'cotizan' fiscalmente a la Hacienda Foral de Vizcaya cantidades ingentes. El dinero, nos guste o no, ha supuesto el regreso traumático y cabezón a la realidad para los catalanes que priorizan su corazón frente a la cabeza. La Cataluña que representa Puigdemont, que no es toda, por propia, y equivocada decisión, aun teniendo parte de razón, al alejarse de la ley de forma tan violenta, y vergonzante, la ha perdido.

Carlos Alsina, en Onda Cero, periodismo de alto voltaje (Fotografía Onda Cero)
Y ésta es la esencia del problema: la apelación a unos sentimientos identitarios extremistas, la defensa de un nacionalismo, egoísta e insolidario en su fuero interno, al priorizar con exclusividad lo propio, alimentado desgraciadamente por la sordera de un Estado que nunca se atrevió a abordar en serio -el 78 no era el momento- los mal llamados ‘problemas’ vasco y catalán. Razón contra emoción. Ahora se ha anunciado, y es un punto a favor del PSOE de Pedro Sánchez, el inicio de un proceso legal tendente a una reorganización estructural del Estado, hacia el federalismo, que chocará, es evidente, con varios artículos de la Constitución. Pero ya es demasiado tarde, el mal ya se ha hecho. La sordera nos ha llevado al enconamiento de posturas. Al enfrentamiento civil. Es muy grave. Y así lo apuntaba un Josep Borrell brillante, renacido de sus propias cenizas, incinerado antes ¡por su propio partido! "Las fronteras son cicatrices grabadas en la piel de la tierra. No levantemos más".

Y en ese enfrentamiento razón-emoción, los medios de comunicación juegan un papel esencial, como apuntaba al principio de esta reflexión. Pero muy especialmente, uno de ellos: la radio. El que mejor se maneja en el ámbito emocional. Y por eso la radio está jugando un papel estelar en este drama que, se mire como se mire, ante una disyuntiva malograda en todas sus alternativas, no puede acabar bien. La radio se ha situado también de uno y otro lado.
“La esencia del problema: la apelación a unos sentimientos identitarios exacerbados, provocados en parte por la sordera del Estado”

Carlos Herrera, desde Cope, no ha ahorrado adjetivos descalificativos para referirse a los dirigentes catalanes que nos han metido en este embrollo, y a menudo lo hace en catalán, que sonará a provocación para los nacionalistas radicales y a complicidad para los catalanes no independentistas, cuya voz ha tardado en oírse, porque el miedo es libre. Con su dominio proverbial del medio, Herrera suspiró una mañana, en su editorial, y reconoció el evidente hastío que provoca en sus oyentes la cantinela de “Pasión de Catalanes”, como denomina el almeriense al conflicto surgido en Cataluña, “pero mi obligación -subrayó- es mantenerles informados de lo que ocurre en este tema”. Un siempre equilibrado, y razonable, Luis del Val, se ha pronunciado claramente, como no podía ser de otra manera, en defensa de la Constitución y, desde este punto de vista, se refiere a los dirigentes catalanes como ‘delincuentes’. Si recurriéramos al termómetro del artículo 155, y a su aplicación, y al contrario que otros colegas, en “Herrera en Cope” se percibe cierto entusiasmo en su aplicación, como en ‘Ciudadanos’, para terminar con este conflicto.

Carlos Alsina, desde Onda Cero, está construyendo unos impecables editoriales (monólogos), que deberían ser estudiados a fondo en las facultades de periodismo por la enjundia que encierran, en los que intenta desmontar, punto por punto, con argumentos, prescindiendo deliberadamente de insultos, y, sobre todo, aportando hechos, las falsedades en las que se basa el discurso nacionalista exacerbado, que ha llevado a Puigdemont a tirarse al monte, a espaldas de una gran parte de su propio pueblo, al que está conduciendo, inevitablemente, al desastre. Constituye una delicia escucharle. Lástima que tenga que ser por este motivo. Reitero que, hoy por hoy, Alsina representa el mejor periodismo que se hace en la radio española.

Pepa Bueno, desde la SER, la líder, fiel a su estilo de claridad, vehemencia, y toma de postura ante los temas, censura la “propaganda independentista y alrededores”. Sus entrevistas a líderes con los que discrepa, Pablo Iglesias entre ellos, ponen de manifiesto la animadversión de la entrevistadora hacia el entrevistado, sin ambages. En febrero de 2016, Bueno entrevistaba al president Puigdemont, y ya entonces el político desconfiaba de la ‘solución federal’ que ahora han recuperado los partidos constitucionalistas para neutralizar las aspiraciones independentistas catalanas, “ahora pretenden que nos creamos que van en serio con la reforma federal, después de treinta años”. Y Puigdemont reiteró la cantinela de que en estas tres décadas las aspiraciones identitarias catalanas no habían sido escuchadas desde Madrid. De nada sirve apoyar con la razón que la autonomía catalana posee más competencias transferidas que algunos länder (estados) alemanes, que presenta como país una estructura federal, donde se reconoce la soberanía de cada miembro. Sin embargo, y a diferencia de su colega Carlos Herrera, Pepa Bueno no es una convencida de las bondades del artículo 155: “parece evidente que nadie, excepto Ciudadanos, tiene ganas de aplicar el artículo 155 de la Constitución, que nos adentra en un terreno desconocido”. Merece la pena escuchar los dos minutos que siguen de la entrevista con Puigdemont para comprobar lo que decía, y lo que ha hecho luego.


Alfredo Menéndez, en la pública, RNE, nunca opina, fiel -y escrupuloso- a su propia máxima, repetida cada mañana, “mientras otros opinan, nosotros contamos noticias”. Pero el tamiz de las informaciones no deja lugar a dudas. Las piezas abundan en la legalidad, en la Constitución, en la sinrazón de un chantaje nacionalista que ha conducido a los propios catalanes a un callejón sin salida. Pero eso sí, todo queda en el ámbito de lo informativo. Otra cosa son las tertulias, en las que se reiteran los argumentos en contra de este episodio tan grave en la convivencia entre españoles. A la radio pública no le queda otra, por coherencia, que defender el estatus por el que se rige, que no es otro que la Constitución, pero respetuosos, sin atrincherarse en la razón como arma arrojadiza contra los disidentes. Y sin revanchismos innecesarios. Siempre he creído más en la fuerza de la razón, que en la razón de la fuerza.

Del otro lado, Catalunya Radio abandera el enfrentamiento desde la trinchera catalanista, utilizando el supuesto agravio histórico, por supuesto la ‘represión’ ejercida por la Policía Nacional y la Guardia Civil el 1-O (con su guerra de cifras en los heridos 893-4) y siguiendo las directrices del gobierno de la Generalitat, que es quien controla la radio y la televisión públicas catalanas. La periodista Mónica Terribas ya ha recibido andanadas de catalanes no independentistas por su parcialidad en este asunto. Nada tendría que decir respecto de una cadena privada, pero sí de una pública, que debe representar, y responder, a todos los intereses de sus conciudadanos. Los catalanes deberían sentirse orgullosos de sus medios de comunicación públicos, pero esta toma de posición, igual que la del propio gobierno de la Generalitat, solo representa a una parte de sus conciudadanos, desde luego no a todos, y no solo esto, ya de por sí suficientemente grave, es que ha apostado por enfrentarlos. Como decía otra periodista catalana, de adopción en este caso, como es Julia Otero, al recibir hace unos días el premio de periodismo Manuel Alonso Vicedo, a los periodistas corresponde “dar mensajes balsámicos y tender puentes, aunque ya sabemos que en las guerras los puentes son lo primero que vuelan”.

Mónica Terribas, en Catalunya Radio, una radio militante por el Referéndum (Fotografía Catalunya Radio)
Y hablando de guerras, no pueden olvidarse de ninguna manera las enseñanzas de la historia. Habría que recordar, sin establecer por supuesto, ningún tipo de paralelismos, que el origen de la Segunda Guerra Mundial hay que buscarlo en el desenlace de la Primera, y en el agravio que se hizo sufrir a Alemania por parte de los aliados y se recogió en el Tratado de Versalles, que materializó la aceptación de la derrota del país, en unos términos -luego se vio- auténticamente desproporcionados. Adolf Hitler llegó al poder en 1933, porque su partido, el movimiento nazi, supo capitalizar las quejas de la sociedad alemana que se sentía profundamente maltratada y humillada. La aplicación del artículo 155, que pretende restaurar la vigencia de la Constitución y el Estatut en Cataluña, debe resultar enormemente cuidadosa en sus formas y respetuosa para con todos, y digo todos, los catalanes. Si no, corremos el riesgo, muy grave, de enconar el problema. Como dijo el rey Felipe VI en su alocución provocada por los acontecimientos en Cataluña, “a los ciudadanos de Cataluña –a todos− quiero reiterarles que desde hace décadas vivimos en un Estado democrático que ofrece las vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender sus ideas dentro del respeto a la ley”. En el marco legal que nos rige se puede hablar de todo. Pero con respeto a la ley, que es lo mismo que decir con respeto al vecino, y a su manera de pensar.
“Un catalán independentista que escuche a Carlos Herrera o a Pepa Bueno sentirá un refuerzo emocional de su posición, basado en la agresión verbal que cree estar sufriendo desde Madrid”

Al sentimiento nacionalista, arraigado en las personas, desde llamamientos emocionales, de pertenencia a una comunidad, con fuertes raíces culturales, no se combate con imposiciones, aunque estén basadas en la razón de los hechos. Un catalán independentista que escuche a Carlos Herrera en Cope, o incluso a Pepa Bueno, en la SER, sentirá un refuerzo emocional de su postura, basado en la agresión verbal que cree estar sufriendo desde Madrid, “donde no nos entienden” -pensará-. Y más si hay insultos de por medio... No es válido, por tanto, en mi opinión, el argumento que sí puede servir para oyentes de fuera de Cataluña, donde sí se refuerzan sus ideas y creencias, basadas en la fuerza de la razón, y la ley.

Lo fácil, pero también irresponsable, es alimentar ese sentimiento identitario, a costa de destruir la convivencia entre catalanes, basándose en mentiras como que las empresas no se marcharían de Cataluña en una hipotética república independiente o que Europa les acogería con los brazos abiertos. Ninguna de estas dos promesas nacionalistas ha sido confirmada por los hechos. Hay aspectos en los que los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad, y no ejercen; más bien, al contrario, actúan desde la frivolidad. El llamado periodismo de datos es una herramienta providencial para descabalgar la falsedad interesada. El caso británico frente al Brexit, del que más de uno que lo apoyó ahora se arrepiente (empezando por las filas del propio partido laborista, dividido por este episodio), evidencia que no se puede tomar una decisión tan trascendental para un pueblo si no se posee la información necesaria, real y precisa sobre las consecuencias que acarrearía una u otra alternativa. Ocurre exactamente igual que en la economía familiar, donde no se toman decisiones sin contar con todas las variables posibles.

Alfredo Menéndez, desde la radio pública, tiene que defender la legalidad, pero sin revanchismo (Fotografía RTVE.es)
La radio es una buena conductora de emociones, esto es algo que nadie pone en duda; pero resulta muy triste que también lo sea de falsedades, cuando si algo tiene la radio como más destacado patrimonio es la credibilidad. Por eso me atrae el periodismo que practica Carlos Alsina, donde se prescinde de descalificaciones o adjetivos inapropiados, desde luego inoportunos, que enturbian el necesario respeto al diferente, y se apuesta por los hechos, por la fuerza de las evidencias y sus consecuencias. Hoy, Cataluña está más empobrecida. Se han ido más de mil empresas, su turismo ya está afectado (la amenaza yihadista tampoco ha ayudado) y la desconfianza se está adueñando del capital que rehúye inversiones en este territorio precisamente por la inseguridad jurídica introducida por la propia Generalitat, para la que, inconcebiblemente, “lo peor que pueda pasar es lo mejor para ellos”. Una estrategia autodestructiva terrible que tiene en los catalanes, en todos, los independentistas y los no independentistas, a sus principales víctimas involuntarias.

La radio tiene que medir mucho sus palabras, de uno y otro lado, porque de lo dicho, y de la forma en que se ha dicho, puede provocar males mayores, irreconciliables, dramáticos. La exacerbación de sentimientos de un lado alimenta los contrarios, como se ha visto con el resurgimiento de la extrema derecha, incluidos sus brotes violentos (no suficientemente condenados, ni atajados por algunos). Y los políticos, en medio, viendo la película -que ellos han contribuido a producir- viendo el rodaje desde su cómoda silla de directores, impávidos. No envidio el papel que le ha regalado la historia al presidente Rajoy, que intenta hacer de la paciencia y la prudencia sus dos principales herramientas para acometer la solución a esta deriva independentista propiciada desde el poder constituido.
La radio tiene que medir mucho sus palabras porque de lo dicho, y de la forma en que se ha dicho, puede provocar males mayores, irreconciliables, dramáticos”

España está obligada, si queremos seguir juntos, a crear las estructuras de país necesarias para que todos, piensen como piensen, se sientan razonablemente cómodos en un marco que les permita ejercer su libertad sin invadir la del vecino. Si hay que modificar la Constitución, que se haga, pero -si conseguimos reestablecer el statu quo y restañar las profundas heridas abiertas en Cataluña (¡ojalá!)- no nos podemos permitir el lujo de recaer en enfrentamientos identitarios que van minando cada vez más la convivencia y nos distraen de los auténticos problemas que deberían ocupar las primeras páginas en los periódicos. La radio es un reflejo de la vida, para bien y para mal. Puede actuar desde la justicia y, como se ha visto, también desde la irresponsabilidad teñida de aspiraciones políticas insolidarias y excluyentes. España no será nada si los españoles nos seguimos empeñando en lanzarnos piedras a la cabeza. Y la radio no puede contribuir a esta degradación. Ni desde la razón, ni desde la emoción. 

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  1. No creo necesaria la intervención de los medios de comunicación públicos catalanes, habida cuenta de la gestión que están haciendo en RTVE desde que llegaron al poder y cambiaron las reglas de juego, con las consecuencias que podemos ver actualmente.

    En otro orden de cosas, quiero resaltar mi absoluta oposición a que RTVE siga manteniendo Ràdio 4 sólo para Cataluña. Si al final se consuma la intervención, ¿qué sentido tiene gestionar todo ese conglomerado mientras otras Comunidades Autónomas carecen de radio y televisión públicas?

    Los ejemplos de Castilla y León, Cantabria, La Rioja o Navarra evidencian lo pésima que es esta gestión, hasta conducirnos a sinsentidos como el que vamos a presenciar muy pronto.

    Este es otro reflejo más de que la igualdad que se pregona respecto del Estado de las Autonomías es un fracaso.

    Gracias, Gorka, por permitirme opinar.

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