La batalla de las radios contra las entidades de gestión
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Las radios comerciales y las entidades de gestión
mantienen desde hace años una imprescindible relación de desconfianza a cara de
perro
Dos actores, en un mismo escenario, condenados a entenderse
El Consejero Delegado de Cope, Rafael Pérez del Puerto, presidente rotatorio de la Asociación
Española de Radios Comerciales, y en representación de su propia empresa,
la SER
y Onda
Cero, que integran la AERC, además de otras marcas (que suman unas
2.000 emisoras), ha lanzado un nuevo aldabonazo a las entidades de gestión, por
lo que consideran tarifas desproporcionadas. Las declaraciones que ha realizado esta
misma semana no dejan ninguna duda del ambiente existente entre ambas partes:
“las tarifas son desproporcionadas”, mantiene, rotundo, Pérez del
Puerto. Y añade, en El País: “Las entidades no han amoldado sus precios a la
crisis económica”. Las cadenas de radio se han alzado contra las nuevas
tarifas de las entidades de gestión, que implican subidas de hasta el 150 por
ciento.
Los derechos de autor constituyen un caballo de batalla desde hace muchos años no sólo en la radio española |
La batalla que se desarrolla, desde hace muchos años, entre la
industria radiofónica y las entidades de gestión de los derechos de autor de la
música emitida a través de la radio es proverbial. Casi podría decirse que es
recurrente que, de vez en cuando, los responsables de las radios comerciales
les peguen contundentes collejas a estas entidades por lo que consideran una
actitud abusiva. Pero, dicho sea de paso, no sólo sufren las radios, sino toda
aquella persona, física o jurídica, que se sirva de la música en su negocio,
desde una peluquería, hasta una boda. La utilización de la música hay que
pagarla.
No seré yo quien se manifieste en contra de los derechos de autor, estaría
tirando piedras contra mi propio tejado, porque el trabajo de un periodista
está acogido, también, y protegido, como no podía ser de otra forma, a los
derechos de autor. Pero lo que piden -han exigido siempre- las cadenas de radio
es “proporcionalidad”; en definitiva, sentido común. De hecho, el
adjetivo que utiliza Pérez del Puerto para criticar la actitud de las entidades
de gestión, se repite, una y otra vez, en el mismo sentido.
Las emisiones desprovistas de música son un escollo que lastra la calidad de la emisión
En 2012, Ernesto Estévez, recogía las declaraciones
del presidente de PRISA Radio, Augusto Delkáder, en las que
denunciaba las "pretensiones desorbitadas" de algunas
entidades de gestión de derechos a la hora de aplicar tarifas a la radio
musical en Internet. Con precios que en algunas ocasiones son el 200 por ciento
más elevados que en la radio analógica, estas agencias recaudadoras "impiden el desarrollo de una nueva
industria de la música, terminan fomentando la piratería y empobrecen la
creatividad artística", denunció Delkáder, hoy presidente
honorario de Prisa Radio, sin poder ejecutivo, en el Foro de la Nueva
Comunicación.
Los derechos de autor han constituido en España un caballo de batalla
que ha lastrado el desarrollo de la industria, en general, porque unos se
consideraban poco pagados y, del otro lado, quienes debían abonar esos derechos
por disfrute o utilización de la música, consideraban exageradas las tarifas.
De ahí que las relaciones entre los radiodifusores comerciales y las
entidades de gestión, han sido tormentosas siempre, pero saben que se
necesitan. Están condenados a entenderse. ¿Qué sería de la radio musical sin
música? Evidentemente, dejaría de existir.
La posibilidad de contar con música con derechos de autor libres es una alternativa, pero no es música comercial |
Y esto, que podría parecer
exagerado, es lo que se ha producido de manera reiterada, en el escenario
online, entre empresas unipersonales, que intentaron poner en marcha sus
modestas emisoras de radio online, de formato musical, y, por la imposibilidad
de abonar los correspondientes derechos de autor por utilizar el catálogo de
las entidades de gestión, tuvieron que renunciar a la aventura.
La imagen de algunas de estas
sociedades gestoras de derechos de autor no es tampoco la mejor. La corrupción
también les ha afectado, y ha habido casos flagrantes, muy mediáticos, que
afectaron a nombres muy conocidos de este ámbito, aunque
luego algunos resultaron inocentes de las acusaciones que se les imputaban,
caso de Teddy Bautista (expresidente de la SGAE), o Caco Senante. Pero la
absolución no encuentra el mismo reflejo mediático que las acusaciones y la apertura
del proceso…
Las peluquerías francesas apagaron la música en 2010 para no pagar derechos de autor
Este mismo año, según
recogía en su día ElDiario.es, la Policía Nacional ha detenido a dieciocho
personas en una operación contra el fraude por los derechos de autor en
programas musicales. La investigación se extiende a autores, editoriales y
varias cadenas, entre ellas TVE. La SGAE ha sido requerida por las autoridades
para ofrecer información sobre este entramado, que consistía, al parecer, en
registrar canciones de dominio público, con ligeras modificaciones, destinadas
a emitirse en programas de madrugada, y generar derechos de autor en
connivencia con trabajadores de las cadenas. ¡Una historia!
En 2014, en el marco de la
negociación de la contestada Ley de Propiedad Intelectual que promovió el PP,
la llamada Ley Lassalle, en alusión al Secretario
de Estado de Cultura, José María
Lassalle que la defendió, la
Asociación Española de Radios Comerciales interpuso
una demanda ante la CNMC por considerar las tarifas "abusivas" por los planes de las
entidades de derechos conexos distintos de los de autor, AGEDI-AIE, que pretendían
subir los precios más del 100 por ciento. La historia se repite.
Y llegamos a 2017, sin apenas
cambios en la mala relación radiodifusores-entidades de gestión. Pero con un
escenario, en el ámbito musical, muy diferente, y cambiado. En este debate, sin
duda polémico, hay una pregunta clave: ¿cuándo se convierte una canción en
popular? Cuando se difunde, y se apuesta por ella. ¿Y quién la difunde? Las
radios. Este negocio tiene que contar con ambos actores: quien compone la canción,
la interpreta, la edita, la gestiona, pero también con quien la difunde.
Antiguamente, esta difusión estaba en manos de las radios, en exclusiva. Hoy ya
no es lo mismo. El escenario ha introducido nuevos actores, como las redes
sociales (Youtube, sobre todo) o plataformas musicales como Spotify,
que no hubieran sobrevivido, de no ser por la aplicación del modelo 70/30, que
nos explicaba en esta web su director en España, Javier Gayoso, 70 por
ciento para la industria y 30 por ciento para Spotify. “Hemos devuelto a la industria discográfica
3.000 millones de dólares”, me decía.
No seré yo quien se manifieste en contra de los derechos de autor, estaría tirando piedras contra mi propio tejado
No se aplican las mismas tarifas para la radio musical, para la radio
online y para la radio generalista, o hablada, mal llamada ‘convencional’. Las tarifas de radio establecidas por SGAE son
públicas, y están disponibles en su web. Incluso existen unos mínimos para emisoras que carecen de
publicidad, y por tanto de ingresos. Pero estos mínimos, como
apuntaba antes, no pueden asumirlos economías modestas que apuestan por el
emprendimiento. Los autores dirían que, de acuerdo, que adelante con la
aventura, pero no a su costa. Y también tendrían razón. Pero todo sería más fácil
si se aplicara el sentido común. La música gana con emisoras potentes. Pero
para llegar a serlo, todas pasan por unos comienzos difíciles. Unas lo
consiguen, otras se quedan por el camino. Pero si ya desde el principio las
tarifas ahogan, la empresa resulta imposible.
En radio convencional, las empresas radiodifusoras hace años que
impusieron restricciones para bajar su consumo de música a no más del diez por
ciento de la emisión. Por eso un disco no suele sonar entero, por falta de
tiempo; aunque unos programas -que no emiten música- se compensan con otros,
que sí lo hacen. Recuerdo cómo el programa “El
Cine de Lo Que Yo Te Diga” (SER) planteaba problemas graves en este sentido,
porque era un espacio en el que los reportajes, magníficamente presentados, en
fondo y forma, se separaban entre sí con canciones que elegía cuidadosamente (y sigue haciendo
en “Sucedió una noche”, en la SER)
Antonio Martínez. Periódicamente, un inspector de la SGAE,
se sentaba en el estudio de continuidad para ir recabando la información sobre
la emisión de música que, previamente, también los técnicos de sonido cronometraban
y apuntaban en las pautas de emisión. Todo para no pagar más que lo mínimo que
exigen las entidades de gestión.
Hoy el negocio para los músicos está en los conciertos, porque la venta de discos se ha esfumado. Los derechos de autor constituyen su otra fuente de ingresos (Fotografía Pixabay) |
¿Y qué ocurre con las caretas, los titulares, las cortinillas que
utilizan música? ¿Esto también computa? Por supuesto, es música y, si está
registrada, sus autores exigen el correspondiente pago en concepto de derechos
de autor. De hecho es una manera de compensar un trabajo (con precio inicial a
la baja), puesto que ‘colocar’ una sintonía en la SER,
o en Onda
Cero, o Cope, que se repita, por ejemplo, dos o tres veces cada día,
es toda una suerte. Otra fórmula empleada por la SER,
por ejemplo, era disponer de un músico en nómina, para componer sintonías, sin
registrarlas en autores, de manera que estaban exentas del pago de derechos de
autor porque ‘oficialmente’, no existían. Aquí tengo que citar a mi admirado Mario
Gosálvez, un músico, y amigo, con el que he compartido mucha radio…
En radio hablada, hace años que se impusieron restricciones para reducir la presencia de música a no más del diez por ciento de la emisión
La radio sufre estos recortes. Las emisiones desprovistas de música, en
las que no se pueden hacer titulares con música, o cronicones, porque no hay sintonía que aguante de fondo, y mantenga
el ritmo, son un escollo que lastra la calidad de la emisión, sin duda. La
utilización de sintonías de librería rebaja las tarifas, pero también tienen
coste.
La pelea entre quienes componen, interpretan, editan, gestionan la música
y la industria que la difunde forma parte del paisaje de este sector -el radiofónico-
desde hace mucho tiempo. El lector, para que se haga una idea, puede extrapolar
los efectos de este peaje -que considero justo en su origen, pero desajustado
en su formulación, y aplicación- si piensa en un peluquero, o en un bar que
tiene que pagar cientos de euros al año por poner la radio en su establecimiento. Hay sentencias, y por tanto jurisprudencia,
desfavorables. Por eso no es de extrañar que en 2010, las peluquerías francesas decidieran apagar
la música para no pagar por derechos de autor. Esperemos que las
radios, sin diferencia de formatos ni soportes, no ‘apaguen’ nunca la música,
porque supondría el final de ambas industrias: la musical y la radiofónica.