Carlos Pumares: “España es el único país en el que un producto puede morir por brillantez”
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Una entrevista de Rafael Cerro para Xyzdiario.com
"Polvo de estrellas no se podría ni pensar ahora, porque está Internet”
Rafael Cerro, 3, marzo, 2017. Xyzdiario.com. La radio española vuelve a estar aletargada, como cuando
a principios de los años ochenta llegaron para despertarla Antena 3 y sus
nuevas estrellas rutilantes. Un día de 1982 aparece tras un micro un tipo
hipercrítico, increíblemente culto, que por las noches se cabrea y grita en
antena. De repente, un extraño. Es Carlos Pumares, que denuncia todo lo que
encuentra poco inteligente: “Empezamos cuando el mundial de España en el 82.
Teníamos un programa de fútbol que, a diferencia de alguno actual, hablaba
sobre fútbol”. Carlos cree que aquel programa de sapiencia sobre el cine y
sobre la vida no sería posible hoy, en la era de los ordenadores y de las redes.
En aquella época, el ordenador era él. De repente, un extraño.
P. Lo primero que capté fue que te gustaban mucho los
coches, como a mí.
R. En la época en la que yo trabajaba, los compraba por
‘renting’. He tenido de todo. He tenido Mercedes, he tenido Volvo, he tenido
Grand Cherokee. Incluso he tenido accidentes. Pero, desde que pasé al retiro,
tengo un Opel Astra.
P. ¿Con qué motor?
R. ¿Y yo qué sé? El motor es una cosa que va dentro de algo
como de lata, que se abre. Pero yo no lo abro nunca. Le doy a una llave y ¡run,
run!, arranca.
P. Y has hecho en coche viajes larguísimos que cualquier
otro habría realizado en avión.
R. Antes iba en coche a Berlín, a Venecia. Lo que la gente
no sabe es que el festival de Venecia no es en Venecia, es en el Lido. Entonces,
había que ir en ferri, con el coche. Hasta el Lido. Pero, ahora, ya voy en
avión. Me gusta mucho el tren, pero ir a Venecia no se puede.
P. Usted y su espíritu hipercrítico. Comemos juntos y
vuelve a gritarme que la tortilla de patata debe ser sin cebolla.
R. Verás: a una tortilla tú le puedes echar de todo:
guisantes, pimientos, oreja de cerdo… Pero, si dices “tortilla de patatas”,
solamente lleva huevo, patatas y el aceitito para freírla. Nada más.
P. ¿Por qué se le echa cebolla a la tortilla?
R. Después de la Guerra Civil que hubo en España (la
siguiente está a punto de llegar), como no había huevos, alguien pensó en
echarle cebolla para que diera jugo. Ahí nació lo de echarle cebolla a la
tortilla: por una carencia. Por eso, me chocó que tú pidieras tortilla con
cebolla sin informarte previamente [se ríe a mandíbula batiente].
P. ¿Por qué no exige que le prepare lo suyo un cocinero
concreto, igual que la gente elige médico?
R. Cuando vas a un restaurante grande, no puedes llevarte
una lista de los cocineros que sí saben. Tienes que aceptar al que te toca.
P. ¿Está el mundo enloquecido?
R. Sí. Este que han elegido en Estados Unidos anuncia que va
a poner un muro, pero tengo entendido que, al mismo tiempo, hay más mejicanos
que nunca volviendo a Méjico.
P. Lo que aprendimos con Balbín…
R. Yo debo la vida que he tenido, que nunca pensé pudiera
tenerla cuando estudiaba, a tres personas que me han ayudado. José Luis Balbín,
que me lleva a La Clave. Martín Ferrand, que hace absolutamente todo por mí
cuando monta Antena 3 Radio. Y luego, Javier Sardá, que me abre las puertas de
la televisión. Y llego a todos los sitios por casualidades. Incluso a Antena 3.
P. Lo que hiciste allí ¿se podría hacer ahora?
R. No. Polvo de estrellas no se podría ni pensar, porque
está Internet. Yo no puedo ya mentir hablando sobre una película, porque
saldría uno diciendo que eso no es verdad. El técnico me buscaba una música…
pero no en el ordenador, sino en un cajón, porque eran vinilos. Manolo Martín
Ferrand me preguntó: ¿Tú querías hacer un programa de cine? Me colocó tras
García y yo nunca protestaba, a pesar de que, cuando yo iba a entrar en antena,
José María les decía a los oyentes “Ustedes ya tendrán que acostarse, estarán
cansados”. Yo adoro a García, pero entonces pensaba “Y yo ¿qué hago?”. Tú lo
oías, porque estabas en la emisora. Una noche dije solamente “buenas noches”,
puse un disquito y adiós. Duró siete minutos el programa.
P. Pero todo el mundo estaba escuchando aquello. Nos
reconocían en los bares por la voz.
R. Sí. Pedías un café con leche corto de café y, a ser
posible, sin espuma y te contestaban, “Sí, señor Pumares”.
P. Como la noche en la que montó aquel cirio
en Vips porque decía que le habían colocado la cucharilla atrapada debajo de la
taza para darle menos café. Era una conjura…
R. Claro. También conseguí que un metre de Vips que llevaba
calcetines blancos, un horror, me trajese una pizza de otro restaurante,
Rugantino. Esas estaban mucho mejores y yo me comí la pizza de Rugantino en
Vips.
Rafael Cerro entrevistando a Carlos Pumares |
P. Cuando entra al restaurante y ve al camarero con camisa
negra y platos cuadrados, ¿cree asistir al advenimiento del fin del mundo?
R. Sí. O cuando lleva platos que son tablas. Ayer mismo,
pido unas croquetas y vienen en plato alargado. Y les han metido debajo una
pizquita de mahonesa. ¿Por qué? O protesto porque las croquetas de jamón no
saben mucho y les ponen un poquito de jamón por encima, para darles sabor.
P. Croquetas con aditivos…
R. Sí, exacto: ¡Trocitos de jamón sobre las croquetas de
jamón!
P. Hace décadas: estás haciendo tu vida de vegetariano y…
te pillo en el bar devorando un entrecot tremendo.
R. [Se ríe con ganas]. No, realmente nunca he sido
vegetariano. Amante de la vida natural y de la comida natural, sí. Pero con ese
tipo de vida se puede tomar de todo.
P. Los de Antena 3 trabajábamos tanto que terminamos
comiendo y cenando juntos.
R. Sí. Pronto, Antena 3 fue ampliando Polvo de estrellas
hasta las cuatro de la mañana. Con Alberto Rull. Después, Alberto creció y me
colocó al hermano, Jaime. Fue una cosa familiar, nepotismo puro.
P. Había programas de radio con un millón y medio de
oyentes: ¿Cuándo se nota la ebullición de sentir que hay tantísima audiencia?
R. Cuando los de la SER se enfadan y deciden cerrarnos
porque en FM había más oyentes que en onda media.
P. Lo de Antena 3 de Radio fue una muerte por éxito.
R. Sí: España es el único país en el que un producto puede
morir por exceso de brillantez.
P. Sin embargo, ahora García se pregunta cómo pedimos que
sean críticos a periodistas que simplemente están intentando llegar a fin de
mes.
R. Exacto. El sistema laboral se permite prescindir de mucha
gente brillante. Y lo que ocurre es que, en cuanto dejas de estar ahí,
desapareces. No olvides nunca eso: desaparecemos.
P. ¿Por qué mandan los mediocres?
R. Porque son la mayoría. Y, cuando ya te han echado porque
cierran, ¿adónde vas? Después de Antena 3, fuimos adonde pudimos: a Radio Voz y
a Onda Cero.
P. Al entrar al ascensor de Radio Voz encontré los 23
botones apretados. Al fondo, contemplé cómo usted huía y se reía.
R. Bueno, hasta en las casas de vecinos pasa eso de los
botones. En mi casa, que es muy grande, se descubrió que mucha gente llamaba a
los cuatro ascensores para ver cuál llegaba antes. Hay un piso, el número
trece, en el que está siempre parado. Yo creo que ahí hay un piso patera.
P. Pero ¿no habías sido tú el que había apretado los
botones?
R. No, no… cómo iba a hacer yo eso. [Se ríe].
P. Ahora, todos los jefes de programas te dicen que
tienen la parrilla resuelta… y todos están haciendo lo mismo.
R. Bueno, sí: es supervivencia. Luis del Olmo ha vuelto.
P. La mayor parte del presupuesto de los medios de
comunicación se destina a sobrevivir, como dice Iñaki. Entonces, ¿podemos
pedirles que sean críticos?
R. No. Aparte, lo que pasa es que el mundo ya había cambiado
antes. Las televisiones privadas surgen cuando nosotros ya llevábamos bastante
de Antena 3. Se vivía la radio. La gente se iba a la cama con un transistor. La
cantidad de transistores con FM que se vendieron cuando empezó Antena 3 fue
tremenda y la radio se escuchaba. Ahora, no se escucha la radio en casa. Yo la
escucho en el coche.
P. En aquel éxito influía también la personalidad del
locutor. Ahora, casi todos parecen clones.
Carlos Pumares ocupaba las noches de Antena 3 Radio |
R. Sí. El acierto de Martín Ferrand fue coger a personas
normales, con poca o nula experiencia en radio, y darles un micrófono. Sacarle
lo bueno a cada uno. Tú podías hacer un magnífico programa de coches y yo
hablar de cine. Experiencia tenía solamente García, que venía de la SER.
P. ¿Quién fue el culpable de que el fenómeno de
Fibergrán, el de la discusión con la señora, se hiciera globalmente conocido?
R. Tú. Yo lo dejo grabado y tú lo emites. Pero en un
programa de motor. Fue genial, porque la señora llamó al marido y el marido era
peor todavía. Hasta en la tele. Manel Fuentes lo puso en Crónicas Marcianas,
pero mucho antes de empezar yo a ir.
P. Fue viral cuando ese concepto ni existía siquiera.
R. Sí. Lo de Fibergrán fue enorme, millones de visitas. Me
pasó algo parecido en el festival de Sitges. En plena proyección, había una
señora mirando el teléfono todo el rato. En un momento de silencio, le digo que
apague ese vídeo, pero con una salvajada.
P. Aunque, seguramente, sería un epíteto…
R. Sí. El caso es que le digo aquella barbaridad en voz
alta. Al día siguiente, me enseñan en un teléfono un titular que dice “El grito
de Pumares, lo mejor de la película” y me dicen que mi salvajada está en
Internet, pero por todas partes. Dos conocidos me comentan que ese sonido se
debería poner en todas las proyecciones. No ha alcanzado a Fibergrán, pero lleva
camino en la Red.
P. ¿Hay estupidez agazapada, infiltrada en nuestra
sociedad?
R. Sí. Por ejemplo, en las grandes superficies, cuando ves
que en alguna no está señalizada la forma de salir. O ¿por qué las grandes
superficies no tienen ventanas? Es para que no veamos que oscurece, para que no
dejemos de comprar.
P. ¿Alguna otra cosa que le llame la atención en el mundo
del consumo?
R. Sí: si no hay dos melocotones iguales, ¿por qué sabe
siempre igual el zumo de melocotón?
P. Qué diferencias hay entre las tertulias de ahora y
aquella de Antena 3 de Radio con García-Juez, Carandell, Ortuño y De la Viuda?
R. Pues verás: lo que hay ahora es un programa que consiste
en ponerse a caldo entre ellos y promocionar a quien no habría que promocionar.
Cosas así, mientras lo de aquella tertulia maravillosa consistía en hablar con
humor.
P. ¿Y sobre temas más normales?
R. Sí, de temas normales. Una vez se habló sobre un señor
que se quería acostar con una señora casada con un bombero. El tipo provocaba
pequeños incendios para que el marido se marchase y lograba encamarse con la
mujer. Ese tipo de asuntos, con tíos ingeniosos como Carandell y compañía, daba
un juego tremendo. Eso no cabe en las tertulias políticas de ahora.
P. ¿Qué es lo realmente inolvidable que has visto de
cerca en los festivales de cine?
R. Lo realmente grandioso llegó una vez en Hollywood. Veo en
el escenario del Dorothy Chandler a Elizabeth Taylor. Maravillosa, con un
vestido que hacía juego con sus ojos de color violeta. Pasa a mi lado Paul
Newman, que le da un beso a Liz. Aparece, taconeando junto a mí, Kathleen
Turner. Tropieza y yo digo en correcto inglés: “La Turner”. Ella se vuelve y me
pregunta “¿Español?”, yo le contesto que sí y sigue taconeando. Todo eso, a esa
distancia, es la de Dios.
P. ¿Una sola escena de cine que también se le haya
quedado grabada para siempre?
R. “Siempre nos quedará París para recordar”. Porque es una
historia de amor fracasada, que no llegará nunca a buen término porque la vida
los ha separado, pero sabemos que siempre les quedará ese recuerdo.
P. ¿El cine se muere?
R. No, el cine no se ha muerto. Lo que se ha muerto es el ir
al cine porque hay otra diversión. Ahora están el teléfono, el iPad, la
tableta… todo eso. El concepto de ir al cine sí se ha terminado. Hasta en
Madrid han cerrado cines, en el centro. A veces me preguntan qué película
pueden ver y les contesto: “Pues en el Corte Inglés, pero aproveche cuando haya
rebajas, que dan un tres por dos”.
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