Obituario: José Luis Pérez de Arteaga, por Martín Llade
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Crítico y comentarista de Radio Clásica, ha muerto a los 66 años
Radio Clásica se ha muerto también esta madrugada
- "No tenía empacho alguno en ironizar sobre las incidencias de lo que estaba transcurriendo o incluso en reírse abiertamente si se daba alguna situación divertida"
Se me pide que recuerde en este momento, todavía con la impresión muy vívida por la triste noticia de su fallecimiento, a José Luis Pérez de Arteaga. Hace poco más de un mes, a raíz de una entrevista que me hizo otro histórico de la radio, José Miguel López en su 'Discópolis' de Radio 3, salió a colación mi “caída del caballo” en lo que a la música clásica se refiere. E inevitablemente surgió el nombre de José Luis. Tendría yo catorce o quince años cuando reparé en aquella voz de timbre dulce, mesuradamente cantarín, que era capaz de envolverte con apenas unas cuantas palabras, convirtiendo cualquier tema que tratase en apasionante e imprescindible. Recuerdo aquella voz, todavía sin rostro para mí, en televisión en algún concierto de 'Los Tres Tenores,' o en la habitual cita vienesa de cada uno de enero. Además del interés que suscitaban los pocos datos que el formato televisivo le permitía hábilmente deslizar entre pieza y pieza me encantaba su sentido del humor. No tenía empacho alguno en ironizar sobre las incidencias de lo que estaba transcurriendo o incluso en reírse abiertamente si se daba alguna situación divertida.
José Luis Pérez de Arteaga |
Esa naturalidad unida a aquel caudal inagotable de erudición se convirtieron para mí en un modelo de lo que debía ser ya no sólo la difusión de la música clásica, sino de la cultura en general e, inevitablemente, le tomé como modelo. Cuando comencé como estudiante a hacer mis primeros pinitos ante un micrófono, inevitablemente surgía la sombra de José Luis en el estudio. Tanto es así, que incluso algunos melómanos donostiarras me llamaban de broma “Arteaga”. Dado que aquello no dejaba de ser un juego, un sueño imposible para alguien que sin más amaba la música por encima de todas las cosas, cuando años después tuve la oportunidad de compartir pasillo con él no podía creérmelo.
¿Y cómo fue ese encuentro? La constatación de que era tal y como se le escuchaba a través de las ondas. José Luis lo sabía todo, pero cuando digo todo, era absolutamente todo. No había autor, ni obra que no conociera y del cual no poseyera una grabación (incluso aunque no existiese una comercial de la misma). Conocía al dedillo las distintas versiones, los años en que fueron editadas y reeditadas y, los nombres de todos los repartos. En suma, uno se maravillaba de que una sola mente fuera capaz de atesorar tanto, de disfrutarlo y de transmitirlo a los demás generando una pasión análoga a la que suscitaba en él.
Un auténtico erudito de la obra de Mahler, aquí en una conferencia |
Tenía José Luis algo de personaje literario, siempre con su traje y corbata, y una forma muy característica de caminar. Parecía que el tiempo no pasaba por él. “A la paz de Dios” era una de sus expresiones más habituales a la hora de saludarte, y extendía la mano, una mano fina y llamativamente delicada, cuando te encontraba en el pasillo, o en la biblioteca de Radio Clásica. Llevaba siempre consigo una cestita en la que colocaba con delicadeza los discos que iban a sonar en el programa que le tocaba grabar y se despedía de ti con la misma parsimonia, no exenta de ironía, con la que le veías aparecer. “A la paz de Dios”.
En fin, se me ha pedido un folio y éste ya se ha acabado. Podría recordar otras muchas cosas, como su vena de gourmet, siempre entusiasta cuando nos reuníamos en los pasillos para celebrar algo, acompañados de canapés o una botella de vino, o las miles de anécdotas que podía contarte de tantas y tantas personalidades de la música a las que trató.
Pero voy a quedarme con ese día en que surgió su nombre en el programa de José Miguel. Justo al salir nos encontramos con él y José Miguel quiso que nos hiciéramos una fotografía juntos. “Será algo histórico” me decía y José Luis, siempre modesto, pero con una media sonrisa que indicaba que la flor lanzada había hecho diana en su orgullo, accedió. Y ahora, tristemente, es ya una foto para la historia. Con su desaparición se va un comunicador irrepetible, que para mí, en mis inicios como melómano, era prácticamente sinónimo de Radio Clásica. De alguna manera, Radio Clásica se ha muerto también esta madrugada.