Los 70 lúcidos años de José María Íñigo (y II)
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Inexplicablemente, 1981 marcó el comienzo del período de hibernación de José
María Íñigo, algo que, pienso, estoy convencido, sólo pasa en España. Volviendo
al ejemplo de Francia, con el que comenzaba este post, los galos nunca lo
hubieran permitido. Allí, la televisión sigue alimentándose de la experiencia
acumulada de grandes comunicadores que siguen cosechando buenas audiencias.
Aquí no. “España es un país que parece
sentir especial predilección por crear ídolos para destruirlos después. Es como
si a uno le dieran permiso para el éxito por un plazo determinado pasado el
cual las iras arremeterían contra uno destrozándolo y lanzándole al vacío del
olvido”
José María Íñigo, incombustible |
Durante prácticamente
una década (1981-1993) José María Íñigo desapareció del mapa, e incluso creo
recordar que le vi en algún que otro programa de relleno, tipo “¿Qué pasó con…?” en el que contaba qué
había sido de su vida en ese largo letargo. Lo cierto es que Íñigo, lejos de
venirse abajo, edificó una pequeña empresa editorial en torno a una serie de
revistas como los mensuales ‘Viajes y Vacaciones’ y ‘Vinos y Restauración’, entre otras. Con
ellas daba salida a dos de sus grandes pasiones: los viajes y la gastronomía,
que no ha dejado nunca de cultivar, y de lo que doy fe, tras más de una
coincidencia en saraos de toda
condición, donde siempre le saludaba con respeto y admiración.
De esta época también
son las numerosas guías de viajes que escribía y con las que daba rienda suelta
a su afición por escribir y viajar. “Lo
que esencialmente yo he ido aprendiendo a lo largo de los años es a tratar a la
gente. No sólo cuando hay una cámara delante, sino todo el tiempo. Reconozco
que me fastidian las peticiones
de autógrafos, las llamadas telefónicas para cualquier
cosa, pero salgo airoso la mayoría de las veces. Resulta muy curioso que quien
me conoce poco dice que soy un tipo muy simpático; los amigos y los que
trabajan a mi lado aseguran que no tanto, por lo menos no siempre. Claro que
para ellos no soy ningún divo, lo cual es lógico. Y tienen que aguantarme
cuando ando por la vida hecho una furia a causa de mis regímenes alimenticios.
Me gusta comer como a un león, y resistir las ganas es un suplicio”.
Con
la llegada de las televisiones privadas, Íñigo encontró de nuevo las puertas
abiertas de la pequeña pantalla, y regresó con programas propios y como
colaborador en distintos proyectos, “Las
mañanas de Telecinco” (con Laura
Valenzuela, otra leyenda de la televisión en blanco y negro), “¿De qué parte estás”, “El Show de Flo”
(que también ha reconocido públicamente su admiración por el presentador
bilbaíno y con el que ha repetido en distintos proyectos), el mencionado ‘Supervivientes’ (televisión alimenticia), ‘Vivo cantando’ (Telecinco), ‘Carta
de Ajuste’ (TVE) y sus incursiones en el Festival de Eurovisión.
Debo
reconocer que presté mucha más atención a su primera etapa en televisión, que
coincidió con mi niñez y adolescencia en San Sebastián, que a su segunda etapa,
donde mi consumo de televisión ya era –y es- muy reducido. Siempre recordaré su
estilo de preguntar: correcto, educado, amable, tranquilo, pausado, simpático,
sonriente. Íñigo huía de la agresividad que caracterizó a otro grupo de
profesionales que optaron por una vía, a mi entender, mucho más agreste (salvo
en ‘Último grito’, su primer programa
de televisión, dirigido por Pedro Olea,
y guionizado por Iván Zulueta). Y me
atrevo, aun a sabiendas de que va a leer estas líneas –espero que con el mismo
cariño que yo le he puesto- a explicar las razones de su estilo, que hay que
buscar en un solo lugar, en la radio. El trabajo en este medio forzosamente
debe pasar por la adaptación a su calidez, a la cercanía, a la complicidad que
facilita y comunica. Su estilo, tan personal, hoy brillante, acompañado por su
voz –con muchos más matices en la radio que en la televisión- también está
marcado, creo, por su forma de ser, por su extrema timidez (y el sentido del ridículo exacerbado de los vascos) que, imagino, con el paso de
los años habrá ido superando.
De sus tiempos de 'Martes noche, Fiesta', en TVE |
Recuerdo
algunas situaciones que vivió en directo en sus programas que le pusieron en
aprietos más que serios, donde el sudor de la frente le delataba y el cuello de
la camisa le ahogaba, como cuando se montó en una moto para tirar con fuerza de
la dentadura “más poderosa del mundo”
o cuando le colocaron tres velas (manos y cabeza) encendidas y, de esta guisa,
y con un sudor que le congeló, sufrió el embate de unas boleadoras argentinas
que primero apagaban la llama y luego derribaban las velas al suelo. Pero Íñigo
prefería esto porque sabía que jugaba con la verdad. Su rostro no era el de un
actor, demostraba la misma preocupación que sentiría cualquier persona, no un
inconsciente, ante una situación similar. A él le debemos casi todos los
formatos en televisión, incluso el celebrado “Tengo una pregunta para usted”, en el que decenas de personas
preguntaban a un invitado. Él ya lo estrenó en los 70. Ha sido descubridor de
grandes humoristas, como ‘Martes y 13’, o cantantes como Miguel
Bosé, Carlos Mejía Godoy, Bonney M., o Manhattan
Transfer, entre otros muchos. Una sola aparición en cualquiera de sus
programas equivalía a concentrar la atención de millones de españoles e Íñigo
sabía muy bien qué se hacía, y qué ofrecía a los telespectadores.
Va
para catorce temporadas que José María Íñigo regresó a la radio de la mano de Pepa Fernández, en RNE, como
colaborador de mil y una batallas. Y ese feliz regreso 'a casa' me ha servido de
hilo para, tirando de él, reencontrarme con un profesional de su talla, que
nada tiene que ver con su estatura física y sí con su enorme valía mediática.
En cuanto abre la boca, la radio le quiere. El oficio no sólo no lo ha perdido
con tanto paréntesis televisivo en medio, sino que se ha reencontrado con él,
al que siempre, incluso con cámaras delante, le ha sido fiel.
Los
viajes, las noticias imposibles, la música –por supuesto-, el apoyo como
contertulio improvisado,… Pepa Fernández sabe que con él tiene a Sancho Panza a
su lado. Es consciente de que nunca le va a fallar, y siempre va a estar al
quite. A José María, Pepa le descarga de la cansina tarea de conducir un
programa, que acumula tensiones, distrae en exceso los sentidos, y exige
toneladas de atención. La presencia de Pepa le permite centrarse en sus temas,
presentarlos con la soltura y la naturalidad que da el oficio, relajado, y en definitiva,
disfrutar de lo que hace. Sin más distracciones ni responsabilidades. A estas
alturas, lo tiene merecido.
La ciudad a la que siempre vuelve: Londres |
Pero
en ese reinventarse constantemente, en ese esfuerzo denodado, que le honra, por
conquistar nuevas metas, José María Íñigo ha descubierto Twitter y, a juzgar
por la actividad que desarrolla en él, ya se ha convertido en un versado
dominador de los 140 caracteres (incluida foto). El bilbaíno resulta divertido
en esta red social que vuelve a utilizar para demostrarnos que sigue siendo un
curioso impenitente, de los que están absolutamente convencidos de que perder
la curiosidad es apagar la vida. Por si fuera poco, el presentador bilbaíno ha
regresado a televisión en “Íñigo en
directo”, en Castilla-La Mancha Televisión.
José
María Íñigo, con su ingreso en el club de los septuagenarios, al que pertenecen
otros profesionales como el mencionado Luis del Olmo, o mi admirado y maestro Manolo Molés, merece, como éstos, el
reconocimiento de la profesión, la admiración de quienes hemos seguido sus
pasos, alentados por el magnífico trabajo desarrollado. Yo, de mayor, quiero
ser como José María Íñigo. Aunque ni toco el txistu, ni bailo, desde aquí, maestro, te
dedico un aurresku virtual. El
homenaje de nuestra tierra.