Entrevista a Luis Pinar, 47 años en la SER (I)
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“Me hicieron fijo por 350 pesetas al mes”
Luis Pinar pertenece a esa raza de tipos encantadores con los que uno se encuentra una vez en la vida. Gente que empezó muy joven a trabajar, con quince años –en la radio, en Radio Madrid (entonces tenía mucho más peso este nombre que el de la SER)- y escaló puestos ayudado tan solo por su esfuerzo y tesón en reciclarse y seguir aprendiendo. Y llegó a ser técnico de sonido, un muy buen técnico de sonido.
Cuando uno, en sus comienzos, en su colosal inseguridad, se dirigía por el pasillo de Gran Vía 32, octava planta, hacia los estudios, a grabar una crónica, la saliva se acumulaba en la garganta, como reflejo de nervios a flor de piel. Al llegar al control, atisbaba de reojo al técnico de servicio para ver quién era. Cuando me encontraba a Luis, respiraba, la saliva desaparecía, mi rostro se iluminaba, la voz surgía limpia y segura y los nervios se extinguían. Encontrar una sonrisa al otro lado del cristal, una voz amable, me hacía querer más la radio. Hasta que llegué a la SER, primero en Donosti, mi Donosti, y luego en Madrid -¡Oh, Madrid!-, la tenía idealizada. Luis contribuía a enriquecer y a consolidar mi concepto romántico, artesanal y creativo de este medio. Desde entonces, no he dejado nunca de acercarme a él, para seguir aprendiendo.
-¿Cuál es tu primer recuerdo de la radio, como oyente, antes de entrar a trabajar en la SER?
-¿Cuál es tu primer recuerdo de la radio, como oyente, antes de entrar a trabajar en la SER?
-No sé si sabes que mi padre trabajaba en Radio Madrid, cuando yo tenía diez años, por lo tanto la radio siempre ha sido parte de mi vida, pero los recuerdos que yo tengo cuando era niño eran las radionovelas que mi madre escuchaba mientras cosía ropa en una maquina Singer. Mi madre era modista... ¿sabes? También recuerdo música de zarzuela y música clásica que solían programar. De ahí viene mi entusiasmo por la música clásica.
-Cuando entré en la Radio yo tenía quince años y mi primer trabajo fue en el Servicio de Radio para Todos. Esto era una tienda en la que se vendían aparatos de radio, neveras de hielo y electrodomésticos de aquella época. Mi padre trabajaba en el taller de reparaciones de radio, que estaba junto a la tienda, ubicada en la primera planta del edificio. Trabajaba de ayudante del repartidor, Ángel Ferreiro, una de las mejores personas que conozco, con el que, afortunadamente, todavía tengo el placer de tomarme un vino de vez en cuando. Aquí estuve alrededor de un año en que ya me hicieron fijo, cobrando ¡350 pesetas al mes! (algo menos de 2 euros actuales) y me trasladaron a la sexta planta, que era la más alta del edificio, con la categoría de botones en el Departamento de programas, donde me encargaba de la reproducción, con multicopistas, de forma manual, de los guiones de todos los programas que se emitían. Como curiosidad, te diré que el director del departamento era Manuel Aznar, el padre de Jose María Aznar.
-¿Quiénes fueron tus primeros maestros?
Luis Pinar provisto de los clásicos
magnetofones de cinta, 'Nagra'
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-Creo que mi primer maestro fue Ángel Ferreiro, que me enseñó una manera muy especial de comportarme, pero una vez en la sexta planta, donde se hacía realmente la radio, hubo cantidad de personajes con los que convivías a diario, desde las grandes voces de las radionovelas, como Juana Ginzo, Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso... directores como Antonio Calderón.... montadores musicales como Remedios de la Peña o Enrique Aroca... hasta guionistas de radio como Basilio Gassent, Eduardo Vázquez o José Mallorquí. Creo que necesitaría bastante tiempo para sacar de mi mente los personajes de esa época, que fueron los que, de alguna manera, hicieron la radio grande.
-¿Era una radio de artesanos?
-Totalmente. Ahora que vivimos en la era de las nuevas tecnologías, cuando volvemos la vista atrás nos damos cuenta de los medios rudimentarios con que entonces contábamos. Desde cómo se escribían los guiones en las máquinas de escribir que ahora sería impensable, hasta la grabación de las radionovelas en unos estudios muy primitivos y con unos aparatos totalmente artesanales.
-¿Cómo recuerdas aquella radio?
Con una cierta añoranza, pero no con pena. Aquello era una radio más cercana, más que nada porque éramos, comparándolo con hoy, un grupo reducido, casi como una familia, donde, por supuesto, había sus diferencias, como en todas las familias. Pero familia al fin y al cabo…
-Sí. Fíjate, uno de los primeros recuerdos que aún tengo en la mente, al poco tiempo de empezar a trabajar, fue ver el centro emisor, ubicado en una gran habitación llena de cables, donde destacaban unas enormes válvulas, de cerca de un metro de altura, responsables de que aquel formidable artilugio pudiera emitir las ondas al éter. Me parecía algo mágico que el sonido pudiera propagarse gracias a aquel ingenio. Ahora observas un microchip y resulta imposible comprender cómo, en una cosa tan pequeña, puede almacenarse tal cantidad de información. Desde luego a mí se me escapa de la mente…
Imagen de la cobertura informativa de la que habla Luis Pinar |
-Las coberturas especiales por el mundo imagino que las habrás vivido de una manera diferente, tecnológicamente hablando, cuando empezaste a como terminaste…
-Desde luego. Hoy en día la técnica facilita mucho el trabajo. Recuerdo como ejemplo que en el año 1996 se nos planteó el dilema de cubrir la información desde Ruanda y el antiguo Zaire, ahora Congo, motivado por los tremendos horrores que allí estaban ocurriendo. Para ello tuvimos que procurarnos un transmisor vía satélite con una enorme pantalla parabólica. Pero eso no era todo, como teníamos que transmitir desde la mitad de la nada tuvimos que llevarnos un generador eléctrico. La experiencia fue bastante dura por todo lo que vimos y vivimos, pero al mismo tiempo fue un éxito poder contar en directo lo que allí estaba pasando. Estuvimos más de un mes en esa zona y a la vuelta a España nos dimos cuenta de que con la misma rapidez con que se difunden las noticias, igualmente se olvidan.
Continúa...