Redescubrir la docencia
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Siempre he considerado la docencia como una actividad de una enorme responsabilidad. El arte de transmitir conocimientos a las nuevas generaciones, el arte de formarles, encierra una enjundia como pocos oficios conozco. Se requiere, de entrada, una indisoluble vocación. El profesor –mejor, ‘el maestro’- debe ejercer sobre sus alumnos, como en la antigua Grecia, la Authoritas (o autoridad moral). Dentro de las diferentes tipologías de la palabra ‘influencia’, la que logra esta modalidad es, sin duda, la más rica y provechosa. El alumno llega a admirar a su formador, en sentido etimológico, a querer mirarse en él. Algunas películas recientes como ‘El clan de los poetas muertos’, o la española ‘La lengua de las mariposas’ abordaron este sentimiento con fidelidad. Sólo los buenos profesores, los que viven apasionadamente su oficio y lo transmiten a sus discípulos hasta ensimismarles, logran alcanzar ese estadio perfecto, al alcance de unos pocos.
Al mismo tiempo, a propósito de la metodología de la enseñanza, si nos remontamos a nuestros primeros años de formación académica, recordaremos que la enseñanza se basaba fundamentalmente en la transmisión lúdica de conocimientos. Los niños, de 0 a 5 años, aprenden jugando. Así adquieren nociones básicas sobre su entorno y su familia. El entretenimiento, la diversión, juegan un papel esencial en ese período. La actitud del niño ante el hecho de acudir al colegio es, por lo general, positiva, puesto que va a jugar. Desconozco por qué la educación abandona pronto esta metodología conforme los niños van sumando años y, presumiblemente, van alcanzando la madurez. Personalmente, considero que esta metodología positiva, proactiva, basada en la diversión y el entretenimiento, resulta la más eficaz en la transmisión de conocimientos y en generar actitud positiva ante la enseñanza.
Durante mi tiempo en la Cadena SER, llegué a ocuparme varios años seguidos de impartir una pequeña formación a los jóvenes que se incorporaban cada verano a la radio, en calidad de becarios. Era la primera cara amable que les recibía e intentaba transmitirles la manera de trabajar en la casa, después de muchos años poniéndola en práctica cada día. A juzgar por la comunicación no verbal que percibía, y por el feed back correspondiente, por lo general, cumplía con mi objetivo, en el que resultaba fundamental mi amigo y paisano consorte Juan Carlos Rodríguez, que actuaba como tutor de todos ellos.
Mis alumnos del CES en plena acción en los estudios de la Escuela (Fotografía Borja Bermúdez) |
En el camino emprendido hacia mi reciclado laboral, la docencia ha sido no sólo un refugio privilegiado para mí, sino un compromiso personal de autoexigencia. Mis buenos amigos de la Escuela de Negocios ESIC, viejos compañeros de viaje, me ofrecieron la posibilidad de demostrarme a mí mismo, y demostrar a los demás, que era capaz de trasladar mis conocimientos de una forma no sólo eficaz, sino también amena. El compromiso me obligó a reciclar y, sobre todo, a ordenar mis conocimientos, proceso en el que invertí más horas de las impartidas con posterioridad en la escuela. Mi gran descubrimiento fue encontrarme enfrente a alumnos ansiosos por aprender, curiosos, formados y muy receptivos. Para mí resultó un auténtico placer dedicarles unas cuantas horas a hablarles de la necesidad de conocer una serie de reglas básicas para moverse con cierta soltura en ámbitos en los que la (buena) comunicación resultaba imprescindible. De nada le sirve –les decía- a un empresario o un director de Recursos Humanos poseer un gran bagaje profesional, si no es capaz de comunicarlos eficazmente a sus colaboradores más directos, o de salir airoso en una comparecencia ante los medios de comunicación. Ése era mi objetivo. Y creo, sin falsas modestias, que lo logré, porque los chavales así lo reflejaron en una encuesta de satisfacción impulsada por la propia Escuela. Gracias a Jon, a Marta, a Héctor, a Izaskun, a María, a Leticia, a Elías, a Borja y al resto de chavales que, sin saberlo, fueron mi banco de pruebas (¡perdón!) como profesor.
Con posterioridad, y gracias a mi buen amigo Gonzalo Estefanía, hoy directivo en ABC Punto Radio, al que tuve la suerte de conocer como ávido aprendiz en la SER hace muchos años, tuve la oportunidad de aterrizar en la Escuela de Imagen y Sonido CES para impartir clases de magazine radiofónico, curiosamente una parcela que había ocupado mucho tiempo de mi vida profesional. Allí me encontré con Marisol Tomás, directora del Máster y ex compañera de la SER, con la que me unían las mismas siglas y recuerdos en tiempos diferentes. También me encontré con mi paisano Rafa Luque, con José Antonio Piñero y con Juanjo Echevarria, todos ellos, aparte de buena gente, magníficos periodistas. Pero sobre todo tuve la enorme suerte de encontrarme con Anabel, Carol Sarai, las María’s, Borja, Edu, las Bea’s, Sara, Víctor, Luis, Almu, Nata, Alba y Patri. Todos ellos compartían conmigo su afición por la radio. Percibí de inmediato sus ganas de aprender y me esforcé por estar a su altura y responder a sus expectativas.
Tras la emisión del programa, llega la hora del análisis (Fotografía Víctor Úcar) |
Durante una de las sesiones me confesaron que la carrera de periodismo les había decepcionado. Pero no sólo esto. Llegaron a desvelarme que varios profesores contribuyeron a desmotivarles aún más, argumentando que habían elegido mal la carrera pues, con ella, tras cinco años de vida perdidos, no iban más que a retrasar su comparecencia ante el INEM. Inconcebible. Una cosa es que se presente la realidad tal cual es, sin maquillajes y otra bien diferente que se intente alimentar las frustraciones de aquellos que han seleccionado la carrera convencidos de que su futuro profesional pasa por este maravilloso oficio, ahora, sí, por desgracia, pero coyunturalmente, rodeado de cambios y de sombras.
La metodología del CES me sorprendió. Mi trabajo se repartía en sesiones de dos horas en las que la primera se ocupaba con la realización en directo (emitido en streaming por la web de la escuela) de un programa de radio, de acuerdo con unos parámetros establecidos con anterioridad por mí. En la segunda hora me correspondía diseccionar el programa, señalar sus aciertos y subrayar sus errores, pero con un enorme respeto y sentido constructivo. La sesión resultaba tremendamente eficaz pues los chavales habían interiorizado a la perfección cada minuto de su programa en el que se alternaban como editores y productores.
En varias sesiones, pero sobre todo en la última, insistí en la que creo es la esencia del periodismo, que pasa por la honestidad con la verdad y la conciencia del derecho –y el poder- que pende sobre su ejercicio: el derecho a la información de la sociedad a la que sirve. El debate sobre la objetividad es estéril. Nadie cree en ella. Pero sí en el respeto a la verdad de los hechos, sin manipularlos torticeramente. Las cuestiones particulares del oficio, el manejo del lenguaje radiofónico, su práctica y desarrollo no son más que cuestiones nimias en comparación con el fondo de nuestra profesión. Les recomendé en este sentido una lectura, “El fin de una época” de Iñaki Gabilondo (editado por Barril&Barral). Mi maestro reflexiona en voz alta sobre la situación del periodismo, los cambios que está sufriendo y las amenazas que le rodean.
Las horas previas a la emisión del programa, trabajando en la redacción/aula (Fotografía Gorka Zumeta) |
La experiencia, en ambos casos, en ESIC y en el CES, con materias diferentes, pero complementarias, resultó enormemente gratificante. Pero no sólo desde mi condición de profesor, sino sobre todo, por haber conocido a estos chavales hechos de una pieza, ilusionados e ilusionantes, que lograron –ellos a mí, confío que yo también a ellos- conquistarme con su actitud entusiasta. Por eso, siempre he mantenido, ante la llegada de un nuevo becario, que prefería mil veces una buena actitud que una buena aptitud. Lo segundo, se aprende. Pero si no concurre la primera resulta del todo imposible. Les deseo, de corazón, a todos ellos, el mejor de los futuros. Me consta que se lo están currando. Ojalá me los vuelva a encontrar en el futuro. Os voy a echar de menos…